viernes, 25 de mayo de 2012

La eficacia del último momento


¿Quién no ha dejado para el último momento un trabajo, un informe o cualquier otro encargo pendiente? Aunque siempre nos decimos que la próxima vez empezaremos antes, lo cierto es que a la siguiente nos volvemos a encontrar en las mismas circunstancias.
Nos hemos acostumbrado a funcionar de esta manera y nos cuesta cambiarlo. Pensamos que al final es así como nuestra mente funciona mejor y nos resistimos a creer que si probamos otras alternativas puede que funcionen, incluso, de forma más eficiente.
En el momento que se nos encomienda una tarea, siempre pensamos que tenemos otras cosas más importantes que hacer, que nos sobra tiempo e infinidad de excusas para no ponernos a ello. A medida que avanzan los días las cosas importantes siguen ahí pero no hemos hecho nada por resolverlo y se van acumulando sin enterarnos. Hasta que empieza la cuenta atrás. Entonces es cuando somos conscientes de todo lo que nos queda por hacer y el poco tiempo que tenemos.
Nos ponemos en marcha. Una vez que entramos en la dinámica de las prisas es porque tenemos que terminar obligatoriamente. Necesitamos toda nuestra capacidad de atención y, milagrosamente, ahí la tenemos. No es algo que sólo consigamos cuando estamos estresados pero nos hemos acostumbrado a ejercitarla en estas circunstancias.
Tenemos un foco de atención que regulamos según nos convenga. Si estamos relajados o no tenemos ninguna preocupación el foco de atención se ensancha y deja pasar cualquier clase de información. Por ejemplo, cuando estamos de vacaciones, estamos abiertos a todo tipo de sensaciones, ideas, planes, etc. En cambio, en el trabajo estaremos mucho más atentos a aspectos relacionados con nuestras funciones. Es decir, según las circunstancias, abrimos o cerramos el foco de atención y lo dirigimos hacia aquello que más nos interesa en cada momento.
La atención también tiene una especie de filtro que puede ser más o menos fino. Este filtro funciona y se puede regular siempre. Lo que ocurre, es que cuando vamos contrarreloj no nos quedan más opciones y lo activamos en el modo más selectivo. Sólo nos centramos en lo imprescindible y ajustamos al límite nuestra capacidad de atención y de concentración. Por eso nuestro trabajo parece tan productivo. No permitimos ninguna distracción y parece que sólo nos llegan buenas ideas a la cabeza. 
Existe un riesgo en esta forma de actuar. Puede que el filtro se estreche tanto que apenas dejemos pasar información y no seamos capaces de captar, ni siquiera, lo que necesitamos. También es posible que no nos permita ver opciones o alternativas válidas para el desarrollo de nuestra tarea. Como consecuencia, lo que sucederá es que no seremos capaces de pensar en nada y al final nos quedaremos en blanco.
Por otro lado, está la motivación, el por qué o para qué hacemos algo. En estos casos, suele ser porque no queremos comprobar cuáles serán las consecuencias desagradables de entregar el trabajo tarde. Esto nos hace poner nuestro organismo en un estado de alerta para mantener un ritmo adecuado en el rendimiento. Nos notamos más despiertos, más activos, más capaces de enfrentarnos a lo que nos venga de frente. Inconscientemente, sabemos que si bajamos la guardia, aunque sólo sea un instante, toda la excitación que sentimos se puede ir al traste y nos hundiremos.  Esta activación la conseguimos por dos motivos: el tiempo que se va terminando y la afluencia de ideas que nos llegan sin parar. Al ver que tenemos tantas ideas y tan precisas nos sentimos más motivados y seguimos orientando la atención en esa misma dirección. Nuestra activación también sube por la sensación de urgencia y por la sensación de eficacia que sentimos. Todo esto conforma una especie de espiral que nos ayuda a continuar hasta finalizar la tarea y sentirnos satisfechos con nuestra labor.
Al igual que el problema de la atención está el de la activación. Puede que nos sobreactivemos demasiado y nuestro organismo se paralice. Si esto ocurre, el foco de atención se cegará, como ya dijimos, y nos sentiremos cansados e incapaces de ponernos en marcha. Ante esta situación ya podemos ponernos a pensar excusas para justificar que no hemos acabado nuestra tarea. Pero como estamos en tal estado de bloqueo tampoco se nos ocurrirá ninguna disculpa válida.
La solución pasaría por una buena planificación del trabajo e ir haciendo un poco todos los días para llegar sin prisas a la entrega. Al tocar el tema con frecuencia y sin estrés conseguiremos ir ampliando nuestro campo de visión y las ideas que se nos ocurran puede que sean más acertadas, elaboradas y creativas. Además, así, no nos arriesgaremos a quedarnos en blanco y tener que ir de vacío a rendir cuentas. El esfuerzo merece la pena por la tranquilidad y seguridad que nos aporta.

viernes, 11 de mayo de 2012

¿Me duele o me lo invento?


El dolor es un mecanismo de alarma que posee nuestro organismo. Aparece para avisarnos de que algo no va bien en nuestro cuerpo. Es una medida adaptativa. Si no sintiéramos dolor muchas veces iríamos por la vida de forma temeraria, sin ser conscientes de los peligros que nos rodean o sin darnos cuenta de que nos hemos hecho daño.
Éste es el ejemplo de quienes padecen analgesia congénita. Estas personas sufren la alteración de un gen que afecta al funcionamiento de los nervios encargados de transmitir la señal de dolor. Aquellos que padecen este síndrome no sienten ningún tipo de dolor físico. Siempre deben estar pendientes de si se han dado un golpe por casualidad o, si se caen, deben revisar todo su cuerpo de manera exhaustiva para saber si tienen golpes, heridas o, incluso, alguna fractura. Cualquier acontecimiento que suponga dolor físico no será percibido por estas personas. La ventaja es clara, no existe sufrimiento por esta razón, pero las desventajas son mucho mayores. El sufrimiento por la preocupación continua y obligada de recordar si han sufrido algún accidente o se han golpeado. Y lo más importante, no disponer de un sistema de alarma que les facilite la supervivencia. ¿Alguien puede imaginar que una persona con una fractura o una hemorragia siga su vida cotidiana sin ir a un hospital?
Este sistema de alerta que poseemos es un incordio cuando nos avisa pero gracias a él sobrevivimos y podemos tomar medidas ante los percances que sufrimos. Cuando es molesto o muy intenso siempre podemos tomarnos algo que nos ayude a rebajar su intensidad, si no lo podemos eliminar completamente. En algunos casos especiales, como en el cáncer, el dolor se va agudizando y las dosis de analgésicos que se administran cada vez son más altas. El organismo va desarrollando tolerancia a estas sustancias y cada vez necesita una dosis mayor para lograr el mismo efecto.
Normalmente, los dolores tienen un foco definido. Sabemos localizarlo y determinar las causas para poder actuar sobre él. Podemos explicar qué es lo que nos ocurre y buscar una solución ya sea más o menos acertada.
Existe también otro tipo de dolor. Uno que no tiene un origen claro y que su localización es difusa. ¿Cómo podemos tratar un dolor que no sabemos a qué es debido? Una contractura, una rotura, un golpe, un tumor, etc., para cada uno de estos hay un posible tratamiento. ¿Pero para un dolor sin causa aparente? Este es el caso de la fibromialgia. Este síndrome se caracteriza por dolor crónico en determinadas partes del cuerpo y suele ir acompañado, también, de fatiga crónica.
Cuando estamos bien pero algo nos duele nos sentimos desconcertados. El dolor es nuestro y lo sentimos aunque los demás no lo puedan ver. Es posible que todo el mundo se compadezca de nosotros ante un dolor de estómago o de muelas. Todos lo hemos experimentado en alguna ocasión y sabemos que, antes o después, pasará. Por eso, es más difícil de entender a las personas que padecen fibromialgia. No les ocurre nada aparentemente pero “siempre se quejan de que les duele algo”.
Sería mucho más fácil de entender si pensáramos cómo nos sentimos ante la preocupación que se enciende en nosotros ante el dolor. ¿Qué me pasará? ¿Me estaré poniendo enfermo? ¿Me curaré? ¿Hasta cuando va a durar esto? Todas estas preguntas y muchas más nos asaltan. Si, además, unimos esta experiencia a una colección de visitas a médicos y especialistas con sus listas de espera y unos resultados no concluyentes parece que el sufrimiento se acentúa aún más.
Como colofón final añadamos las dudas que genera en los demás la situación, si será una simulación, “se lo está inventando”, “en realidad, lo que quiere es la baja para no ir a trabajar”, etc. Es posible que ante la incomprensión de los demás nos sintamos frustrados. No tenemos una explicación convincente de lo que nos ocurre y, además, parece que tenemos que excusarnos ante los otros. ¿No sería como si a ese dolor le estuviéramos clavando más agujas?
Pues bien, esto es lo que muchas personas que padecen dolor crónico sienten. Un dolor propio unido a la incomprensión de los que le rodean, que los “acusan” de inventárselo. (¡Como si fuera muy divertido estar todo el día hecho polvo!)
A veces, se agradecen los cuidados que recibimos cuando estamos enfermos. Pero cuando la situación se alarga y no se vislumbra ninguna solución todos y cada uno de nosotros cambiaríamos los cuidados y los mimos por una vida absolutamente normal. Por supuesto, que la fibromialgia se trata con medicación. Lo que ocurre es que se desarrolla tolerancia a los analgésicos y las dosis que se toman son muy elevadas. Además, estas personas deben aprender a llevar su vida diaria como si estuviesen en condiciones normales pero con ese lastre que arrastran continuamente.


*NOTA: El día 12 de mayo es el día mundial de la fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica. Propongo una reflexión sobre cómo nos sentiríamos si padeciésemos este síndrome.