martes, 14 de mayo de 2013

Fármacos de por vida



Habitualmente somos poco tolerantes al dolor y en cuanto nos duele algo corremos al armario de las medicinas en busca de algún analgésico que nos alivie. Y cuando estamos resfriados no nos falta la aspirina con leche caliente antes dormir o los sobres que supuestamente detienen el proceso del resfriado. Parece que medicarnos cuando nos ocurre algo puntual es necesario y no podemos esperar porque queremos reponernos cuanto antes.
En cambio, cuando la medicación se prolonga a lo largo del tiempo esa sensación de apremio desaparece, incluso, se da el efecto contrario, el abandono del tratamiento. Existen multitud de complicaciones, déficits, disfunciones, alteraciones, etc. de tipo crónico tanto físicas como psicológicas que requieren un tratamiento farmacológico de por vida. En algunos casos su función es estabilizar y, en otros, es paliar y retrasar un deterioro.
Los tratamientos que se deben seguir durante toda la vida tiene la dificultad de la constancia y el seguimiento correcto. En algunos casos se trata de medicación que sólo funciona a largo plazo y la mejoría se nota después de varias semanas y con un cumplimiento continuado. Eso hace que algunas personas no noten una mejoría subjetiva. Como cuando tenemos un dolor o un resfriado esperamos notar los efectos de forma inmediata y poder llevar una vida normal. Pero no siempre es así. En estos casos el cambio es muy lento y progresivo pero muchas veces casi imperceptible y para tener una vida normal es necesario continuar el tratamiento.
Además, la sensación de frustración que produce el depender de una medicación durante toda la vida supone que cada día tengamos que buscar una motivación para hacer un cumplimiento adecuado. Una de las dificultades más importantes es sobreponernos a la idea de cronicidad y de incurabilidad. Es decir debemos reformular el concepto que teníamos sobre los tratamientos farmacológicos como algo que restablece la salud por completo.
En el caso de las enfermedades o los trastornos crónicos la medicación sirve para aliviar o disminuir ciertos síntomas o para retrasar un deterioro. Por eso es más difícil de ver la utilidad que tiene este tipo de tratamiento. El efecto se vería una vez que se deja de tomar la medicación. Además, este efecto sería bastante negativo y requeriría un esfuerzo mucho mayor el volver a recuperar el equilibrio. Por eso, cuando nos sentimos bien a veces es muy fácil dejar de tomar la medicación. Especialmente cuando los efectos comienzan y se terminan a largo plazo porque es más difícil establecer una conexión entre la mejoría y la medicina.
Por otro lado, están los casos en los que se necesitan varios tipos de sustancias para mantener la salud estable. De cara a los demás, está la vergüenza que supone en muchos casos tener que mostrar el arsenal de pastillas que se debe tomar. Es difícil escapar de las miradas curiosas, escudriñadoras o compasivas pueden llegar a crear una sensación de culpabilidad en la persona afectada por sentirse en la necesidad de dar explicaciones sobre lo que le ocurre.
Y para uno mismo es el recuerdo continuo de su propia enfermedad o trastorno que hace re-experimentar situaciones o recuerdos desagradables y el sufrimiento por el padecimiento. Es la idea de que no se va a librar de sus dosis diarias si quiere estar bien y aún así eso no lo garantiza porque siempre puede haber cambios. Esto contribuye a identificarse uno mismo con la enfermedad y pensar que no somos personas normales sino algo así como “enfermedades andantes”.
Todo ello genera un sentimiento de estigmatización social, “ser alguien raro que toma no sé cuantas pastillas a saber para qué”. Quizá nadie lo piense realmente pero el hecho de tener que dar explicaciones ya provoca ese sentimiento de culpabilidad que nosotros mismos interiorizamos y nos creemos.
Es necesario cambiar el concepto y verlo como algo que nos ayuda a llevar una vida normal, que nos permite seguir disfrutando y que, a pesar de todo, podemos ser felices y conseguir vivir de una manera plena. Seguimos siendo las mismas personas con nuestros defectos y nuestras virtudes sin que cambie nuestro valor humano.

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