Los
celos son un sentimiento normal que expresa nuestra inseguridad. Surgen por la
comparación con los otros. En esa comparación salimos perdiendo porque
comparamos las mejores cualidades que tienen los demás con nuestros mayores
defectos. En ese gesto se refuerza nuestra propia inseguridad y el miedo a
perder a quien queremos.
Esto
no significa que los celos sean una buena señal porque así se demuestra que nos
quieren o que queremos a alguien. En realidad, es una forma errónea de
comunicarse. En lugar de hacer cumplidos, decir lo que se pensamos o expresar
nuestros propios sentimientos y emociones nos lo callamos y nos carcomemos por
dentro dejándonos vencer por la comparación.
Puede
que en nosotros mismos o en el otro exista una sensación de dejadez, de
insatisfacción y de que no es suficiente lo que se dice. Esa creencia puede volverse
manifiesta a través de nuestra manera de actuar. Esto acabaría por envolver la
relación y sumirla en un círculo vicioso donde se percibe como mucho más real la
posibilidad de que se alejen de nosotros.
Paradójicamente
los celos son la manera más rápida de perder a quien nos importa. Para evitar
entrar en la espiral de la inseguridad, de la obsesión por el otro del control
y del agobio constante lo mejor es cambiar nuestra comunicación.
Estamos
acostumbrados a que socialmente se sancionen las expresiones positivas y las
emociones. Cuando alguien se pone sentimental
le decimos que se pone cursi, ñoño, pasteloso, etc. ¡Y no digamos si encima se trata de un hombre!
Estamos acostumbrados a burlarnos y reírnos ante este tipo de expresiones, muchas veces, porque no sabemos recibirlas o
aceptarlas y nos ponemos aún más nerviosos que quien las comunica. Es nuestra
manera de protegernos porque la falta de costumbre hace que nos sintamos como
si estuviésemos desnudos ante la sinceridad ajena.
En
cambio sí estamos preparados para las críticas negativas y no constructivas.
Convivimos a diario con ellas y es en lo primero que nos fijamos. Nos
defendemos atacando para hacer notar los defectos de los demás con la intención
de que nadie se fije en los nuestros ya que, implícitamente, creemos que los
nuestros son peores.
Así
pues, cuando es el momento de decir algo positivo no sabemos y nos sentimos
inseguros porque creemos que no lo van a valorar e, incluso, que nos harán
daño. Esa inseguridad hace que callemos cosas o utilicemos el sarcasmo como
defensa. El miedo hace que no nos enfrentemos a lo que tememos y, por tanto, en
nuestro interior crece la inseguridad y el miedo, convirtiéndose en un bucle.
Por
otro lado, también es posible que los celos sean provocados desde fuera. Cuando
alguien no se siente suficientemente querido intenta llamar la atención de la
manera que se le ocurre y, entre las posibilidades, está el despertar los
celos. Igualmente se está produciendo un fallo en la comunicación y se inicia
de nuevo el círculo vicioso; esta vez provocado desde la otra parte pero con el
mismo resultado. A la larga, la confianza va mermando y la relación se
deteriora hasta que se rompe por completo.
No
debemos confundir los celos patológicos. Estos parten de la inseguridad y de
una convicción firme de que uno está siendo engañado (con indicios o sin ellos).
Se convierte en un deseo de posesión y de miedo extremo a sentirse humillado o
perder a la persona de la que se depende afectivamente. Las conductas pueden
llegar a ser violentas o convertirse en malos tratos y llevar a la otra persona
al aislamiento total por ceder al control desmesurado que se ejerce sobre él o
ella.
Lo
mejor que podemos hacer cuando nos sintamos celosos es tratar de razonar si de
verdad hay un riesgo real de perder a quien queremos. Pensar en las cosas que
podríamos mejorar de nosotros mismos para sentirnos más a gusto y aumentar la
autoestima. Y, por supuesto, mejorar nuestra comunicación y expresar nuestros
verdaderos sentimientos sin miedo; tanto las dudas, preocupaciones y temores
como los elogios, el cariño y el amor.
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