Desde
que nacemos empezamos a aprender. Lo que vivimos va pasando a ser parte de
nuestra historia y esa historia es lo que va determinando las decisiones y
nuestro comportamiento en el futuro.
La
historia se crea a través de nuestra memoria. La memoria son recuerdos y los
recuerdos se elaboran con las sensaciones que entran por nuestros cinco
sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Las sensaciones
son corrientes nerviosas que llegan a nuestro cerebro y éste las percibe y las
interpreta. Así, podemos distinguir imágenes, sonidos, olores, sabores y texturas,
y, además, podemos determinar si nos gustan o no mediante las experiencias, y
las emociones que nos evocan.
Los
recuerdos no son algo exacto sino que son pequeños fragmentos de lo que ocurrió
que se acumulan en nuestro cerebro. Somos nosotros mismos los que nos
encargamos de reconstruir la vivencia para darle un sentido completo a esos
pequeños fragmentos que conservamos. Esa es la razón por la que cuando nos
juntamos con amigos o familiares y recordamos anécdotas siempre hay puntos de
desacuerdo. Los hay que no recuerdan nada, los que exageran, los que quitan
importancia, los que creen recordarlo perfectamente, etc… Según cómo nos afectara
emocionalmente así se fijó en nuestra memoria y construimos el recuerdo con esa
importancia que tuvo para nosotros.
La
manera en que construimos los recuerdos es mediante el lenguaje, los convertimos
en historias. La palabra es una de las principales formas de comunicarnos,
aunque no la que más utilizamos. Nos relacionamos con los demás a través de dos
mecanismos: la comunicación verbal y la no verbal. La comunicación verbal es la
que realizamos mediante palabras y la no verbal son los mensajes que emitimos y
captamos mediante otros elementos como la postura de nuestro cuerpo, los
gestos, la mirada, el aspecto físico, nuestro tono de voz e, incluso, los
silencios. Se dice que, aproximadamente, la comunicación no verbal ocupa un 10%
de la comunicación y la no verbal el 90%. Pero, a pesar de utilizar las
palabras en un porcentaje tan pequeño son indispensables para nosotros. Apenas
podríamos decir nada a otra persona si no fuésemos capaces de elaborar un
mensaje con sentido lógico y pensando bien el objetivo que queremos lograr con
nuestra comunicación. Si utilizamos las palabras equivocadas, aunque nuestro
lenguaje corporal sea el correcto, lo que conseguiremos será contradecirnos y
no nos haremos entender.
Por
eso, debemos pensar antes lo que queremos transmitir. El pensamiento es lo que
pasa por nuestra mente. La mayoría de la información que pasa lo hace en forma de imágenes,
sonidos y/o palabras. En nuestro pensamiento tendríamos algo así como un
traductor de sensaciones, emociones, deseos, impulsos, etc. Lo que nos pasa,
por dentro y por fuera, llega al pensamiento y se traduce en palabras para que
lo podamos entender. ¿Cuántas veces sentimos algo y no sabemos lo que nos pasa
hasta que no conseguimos describirlo? Una vez que podemos ponerle palabras,
definirlo, somos capaces de entenderlo, explicárselo a los demás y actuar en
consecuencia, es decir, conseguimos razonarlo. Hasta entonces parece que la
intranquilidad crece dentro de nosotros. Ese traductor es el razonamiento y
también modula la intensidad de todo eso que nos pasa para que no nos afecte de
una forma desmesurada y lo sepamos afrontar y comunicar correctamente.
Todas
estas funciones: la sensación y atención, la percepción, la memoria, el
lenguaje, el pensamiento y el razonamiento es lo que denominamos los procesos
cognitivos del cerebro. Es decir, son las principales funciones que desempeña
nuestra mente. A simple vista parece que es algo bastante sencillo porque, a
diario, realizamos con éxito estas tareas de manera automática. Pero, en
realidad, cada una de ellas se compone de subprocesos que a su vez se dividen en
muchos otros procesos más pequeños hasta que llegamos lo más básico de nuestra
anatomía cerebral, la neurona. ¡Y ella también hace varias tareas! Pero eso es
otro tema…
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