Se
está gestando (y nunca mejor dicho) una nueva reforma sobre la ley del aborto.
Esta reforma pretende eliminar los plazos y los supuestos por los que era legal
realizar un aborto. Esta nueva ley pretende criminalizar a la mujer que adopte
esta decisión y la condena a la práctica clandestina. No sólo a ella sino
también a los profesionales que se lo efectúen.
Supone
un ataque al derecho a decidir de las mujeres ya que se anula su capacidad de
decisión. Parece que viene a decir que “no
saben lo que hacen y necesitan que otros, más capaces, lo hagan por ellas”.
En este aspecto, parece que legalmente se les considera personas incapacitadas
o menores que necesitan un tutor legal para decidir.
A
efectos prácticos se superpone el derecho a la vida a un ser vivo que
constituye con conjunto de células que posteriormente darán lugar a un ser
humano pero que aún no lo es. La mujer es quien debe albergar en su interior
ese conjunto de células. Olvidamos el presente para centrar nuestros esfuerzos
en un futuro que no sabemos cómo será pero que, a su vez, tampoco estamos
poniendo muchas facilidades para que su desarrollo social, biológico,
económico, cultural, etc. sea el correcto. El presente es la mujer, a la cual
pasamos a considerar como un objeto cuya misión es engendrar y, posteriormente,
cuidar de su prole con o sin medios o, lo que es peor, con o sin amor.
Se
nos da a entender que la mujer que aborta lo hace como medida anticonceptiva y
se intenta prevenir que esta intervención se realice de forma indiscriminada.
Pero olvida el sufrimiento que supone para una mujer el tomar esta decisión. Si
lo hace es porque valora su propia capacidad para ejercer como madre y los
recursos con los que cuenta. Además, valora su propia salud (física y psicológica)
y las consecuencias que tendrá tanto el abortar como el seguir adelante con el
embarazo. Y valora, también, si va a sentir un afecto por el hijo o la hija que
nazca. No deja de ser una decisión difícil y complicada.
Imaginemos
una víctima de violación. Se supone que el ser engendrado no tiene culpa y
precisamente por eso no debe estar condenado al desprecio del que puede llegar
a ser víctima; y la madre tampoco tiene por qué recordar a su violador cada vez
que vea a su hijo. Al contrario de lo que defienden ese estamento social que
tiene prohibido formar una familia y sus seguidores, el nacimiento del bebé no
cura el estrés postraumático de la madre sino todo lo contrario, re-victimiza a
la mujer y le impide olvidar.
Por
otra parte, el fruto de un embarazo no deseado conlleva el riesgo de abandono
del bebé, de un posterior maltrato físico, psicológico y/o emocional, de
negligencias en el cuidado, etc.
En
el supuesto de que se sienta preparada para tener un hijo si no existen
suficientes medios para tenerlo se van a crear sentimientos de culpabilidad y
de inutilidad que pueden desembocar en ansiedad y depresión por no poder dar lo
necesario.
¿Y
en el caso de que nazca un niño con malformaciones o deficiencias? No somos
conscientes de la amplísima gama de posibles trastornos y padecimientos que
existen y siempre creemos que si nos toca será lo más ligero o que lucharemos
porque nuestros hijos tengan una vida normal. Pero no es así, desgraciadamente,
lo visible es lo menos complicado y nos hace tener una idea errónea de lo que
es la discapacidad en realidad. Con esta medida, condenamos a las familias a
ser esclavas de por vida de una persona dependiente que, en la mayoría de los
casos, no podrá valerse por sí mismo y que también está condenado a una vida de
dolor e insatisfacción. Por no hablar de los gastos innecesarios para la
sanidad que todo esto conllevaría. Tema este del ahorro y del recorte que
parece una obsesión para el actual gobierno.
Y
como resultado de esto tendremos la clandestinidad de los abortos en clínicas
más preocupadas por su beneficio que por sus resultados y la protección de la
salud. Aumentará el riesgo de muerte por este tipo de intervenciones mal
practicadas. Y sólo podrán permitirse hacerlo de una manera segura aquellas que
puedan pagarse viajes, estancias y hospitales privados en el extranjero. Las
que se queden aquí estarán estigmatizadas de por vida y serán consideradas
criminales por la ley española.
Las
creencias morales no deben interferir con los derechos y, mucho menos, con la salud
física y/o psicológica. Esto nos pone a la altura de los países menos
desarrollados moralmente y de los más fundamentalistas. Que por cierto son
aquellos que tanto criticamos y con los que, incluso, entramos en guerra (aunque,
obviamente, no por estos motivos)...
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