miércoles, 20 de marzo de 2013

Control y sobreprotección II



La semana pasada hablamos de las personas controladoras, de la inseguridad y el miedo a equivocarse. No permitirse ni perdonarse los errores hace que la persona viva en una constante lucha por la perfección que viene a ser lo mismo que luchar contra molinos de viento. Pero, ¿qué ocurre para las personas, incluidos los niños, que viven esa sobreprotección?
Las consecuencias para quien está al otro lado no son nada buenas. Si son niños aprenderán a ser personas temerosas e inseguras ya que nadie alentará sus esfuerzos de independencia y de aventurarse hacia lo desconocido. Todo lo contrario, aprenderán a temerlo y huirán de ello. Acabarán por necesitar tenerlo todo planeado y no dejar nada al azar. Pero el azar es inevitable y pocas veces las cosas salen exactamente según lo previsto. Cuando esos niños se conviertan en adultos no habrán desarrollado sus propias estrategias para asimilar el fracaso y se hundirán ante él.
En las personas adultas la iniciativa acaba por desaparecer, se sienten inseguros porque piensan que no saben hacer nada bien si no es lo que les ordenan y se vuelven dependientes de la opinión y de las instrucciones de otros.
Normalmente la forma en la que nos han educado cuando éramos niños condiciona nuestras posteriores relaciones sociales. Por eso, suele haber una continuación en la dependencia de estas personas; de sus padres, de sus amigos y de sus parejas.
La manera más efectiva de aprender es mediante la práctica, es decir, experimentando por nosotros mismos las consecuencias que tienen nuestros actos, tanto para bien como para mal. Si no se nos permite experimentar sólo sabremos lo que otros nos dicen; que sería lo mismo que quedarnos con la teoría. Pero en la realidad no se puede vivir una vida teórica. Y como esto no es posible, lo que ocurrirá es que apenas hará nada por desarrollarse como persona si no es con la supervisión, o peor aún, el permiso de alguien. Eso significa que no descubrirá cuáles son sus verdaderas cualidades.
Ese miedo a la equivocación hace que la autoestima sea muy baja en estas personas y niños porque no han sido capaces de demostrar lo que valen y lograr éxitos por sí mismos. No se enfrentan a nuevos retos y cuando lo hacen es de manera insegura con lo que se añade más dificultad a la tarea. Cuando se falla ellos mismos se refuerzan la idea de que no lo tenían que haber intentado tan siquiera porque no sirven para nada.
Por otro lado, están las personas que se dan cuenta de esta sobreprotección y se sienten incómodas y presionadas. Sin embargo, no saben cómo zafarse de esa situación y aguantan con la intención de no hacerle daño al otro. Aguantan hasta que no pueden más. Como no se puede evitar la situación se intenta ignorar y la otra persona se sentirá ofendida por su desdén con lo que se entrará en conflicto. Si nadie da su brazo a torcer el resultado es que al final se distanciarán y se romperán este tipo de relaciones, ya sean de amistad, familiares o de pareja. Entonces es cuando la persona sobreprotectora consigue justo todo lo que había estado evitando, perder a quien le importaba.
Aunque sepamos que alguien se va a equivocar y nos duela lo único que podemos hacer es aportar nuestra opinión y consejo pero sin la obligación de que sea aceptado por la otra parte. Como verdaderamente el otro se hace independiente es probando. Y se sentirá más seguro sabiendo que, tanto si tiene éxito como si fracasa, se le va a apoyar en lugar de juzgar y se le va a reconocer su esfuerzo ya que es lo importante.

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