La
semana pasada hablamos de las personas controladoras, de la inseguridad y el
miedo a equivocarse. No permitirse ni perdonarse los errores hace que la
persona viva en una constante lucha por la perfección que viene a ser lo mismo
que luchar contra molinos de viento. Pero, ¿qué ocurre para las personas,
incluidos los niños, que viven esa sobreprotección?
Las
consecuencias para quien está al otro lado no son nada buenas. Si son niños
aprenderán a ser personas temerosas e inseguras ya que nadie alentará sus
esfuerzos de independencia y de aventurarse hacia lo desconocido. Todo lo
contrario, aprenderán a temerlo y huirán de ello. Acabarán por necesitar
tenerlo todo planeado y no dejar nada al azar. Pero el azar es inevitable y
pocas veces las cosas salen exactamente según lo previsto. Cuando esos niños se
conviertan en adultos no habrán desarrollado sus propias estrategias para
asimilar el fracaso y se hundirán ante él.
En
las personas adultas la iniciativa acaba por desaparecer, se sienten inseguros
porque piensan que no saben hacer nada bien si no es lo que les ordenan y se
vuelven dependientes de la opinión y de las instrucciones de otros.
Normalmente
la forma en la que nos han educado cuando éramos niños condiciona nuestras
posteriores relaciones sociales. Por eso, suele haber una continuación en la
dependencia de estas personas; de sus padres, de sus amigos y de sus parejas.
La
manera más efectiva de aprender es mediante la práctica, es decir,
experimentando por nosotros mismos las consecuencias que tienen nuestros actos,
tanto para bien como para mal. Si no se nos permite experimentar sólo sabremos
lo que otros nos dicen; que sería lo mismo que quedarnos con la teoría. Pero en
la realidad no se puede vivir una vida teórica. Y como esto no es posible, lo
que ocurrirá es que apenas hará nada por desarrollarse como persona si no es
con la supervisión, o peor aún, el permiso de alguien. Eso significa que no descubrirá
cuáles son sus verdaderas cualidades.
Ese
miedo a la equivocación hace que la autoestima sea muy baja en estas personas y
niños porque no han sido capaces de demostrar lo que valen y lograr éxitos por
sí mismos. No se enfrentan a nuevos retos y cuando lo hacen es de manera
insegura con lo que se añade más dificultad a la tarea. Cuando se falla ellos
mismos se refuerzan la idea de que no lo tenían que haber intentado tan
siquiera porque no sirven para nada.
Por
otro lado, están las personas que se dan cuenta de esta sobreprotección y se
sienten incómodas y presionadas. Sin embargo, no saben cómo zafarse de esa
situación y aguantan con la intención de no hacerle daño al otro. Aguantan
hasta que no pueden más. Como no se puede evitar la situación se intenta
ignorar y la otra persona se sentirá ofendida por su desdén con lo que se
entrará en conflicto. Si nadie da su brazo a torcer el resultado es que al
final se distanciarán y se romperán este tipo de relaciones, ya sean de
amistad, familiares o de pareja. Entonces es cuando la persona sobreprotectora consigue
justo todo lo que había estado evitando, perder a quien le importaba.
Aunque
sepamos que alguien se va a equivocar y nos duela lo único que podemos hacer es
aportar nuestra opinión y consejo pero sin la obligación de que sea aceptado
por la otra parte. Como verdaderamente el otro se hace independiente es
probando. Y se sentirá más seguro sabiendo que, tanto si tiene éxito como si
fracasa, se le va a apoyar en lugar de juzgar y se le va a reconocer su
esfuerzo ya que es lo importante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario