Más
o menos, todos tenemos un concepto formado sobre lo que es la sobreprotección.
Si lo tuviéramos que definir diríamos que es lo que hacen algunos padres con
sus hijos cuando intentan que no les ocurra nada y parece que quieren meterles
en una burbuja para que estén a salvo de los peligros del mundo. Ningún padre
querría que a su vástago le ocurriera nada malo y mucho menos si ha habido
problemas de fertilidad. Parece que el cariño se demuestra con la protección y
la función de padres es principalmente evitar todos los obstáculos que pueda
encontrar el hijo en su camino. Para ello constantemente se le dice que no haga
esto o aquello porque se va a hacer daño. No se le permite llorar porque,
inmediatamente, supermamá o superpapá están encima del niño haciéndoles
carantoñas o dándoles lo que querían para que no caiga ni una sola lágrima de
los ojos del niño. Todo esto con la buena voluntad de evitar los fracasos a un
ser que es demasiado pequeño e indefenso como para pasarlo mal. “Con lo cruel que es el mundo ya tendrá
tiempo de pasarlo mal cuando sea mayor.” Y esta frase hace que la persona
que lo oye le dé automáticamente la razón al progenitor y caiga en un estado de
culpabilidad por haber creído que no es malo que una criatura así llore.
Hasta
aquí parece que es lo que todos entendemos por sobreprotección. Pero existe otro tipo de sobreprotección que
resulta un tanto paradójico y que no se lleva a cabo únicamente con los hijos.
Es el autoritarismo, el típico
progenitor o la mujer controladora. Es necesario distinguir aquí el marido
sargento machista que se guía por creencias anacrónicas o el cónyuge
maltratador. Por eso, en un matrimonio suele ser ella la que lleva el papel de
“sargento”. Estas personas tienen muy claro que no quieren caer en la
sobreprotección de su prole porque para ellos supone el consentirles todo y que
se vuelvan unos mimados. Se caracterizan por ser personas que tienen unas
reglas muy claras sobre cómo debe ser… TODO. No sólo la manera de educar a sus
hijos sino que su vida está llena de normas rígidas que no se pueden cambiar
bajo ningún concepto ya que si no perderían la consistencia y serían
considerados personas volubles o poco creíbles.
Cada
uno con su vida puede hacer lo que quiera pero el problema viene cuando se hace
con otras personas. Los padres que ponen normas demasiado estrictas a sus hijos
que no se pueden cambiar bajo ninguna circunstancia. Los que les exigen que lo
hagan todo bien, que saquen buenas notas que sean los mejores en el deporte que
practican que, además, sepan tocar un instrumento o hablar un montón de idiomas
perfectamente... Las esposas que no dejan ni menearse a su marido y le critican
su comportamiento constantemente. Las amigas o hermanas que se encargan de
solucionarles los problemas gordos a las otras diciéndoles y casi obligándoles
a que hagan lo que ellas les dicen, llevando un control frecuente de sus
rutinas, actividades o relaciones sociales o amorosas. Si no se cumplen sus
indicaciones se exponen a un enfado, muchas veces irracional. Y si,
efectivamente, salen mal las cosas aparecerá el “¿Lo ves? Ya te lo dije y no hiciste caso.” Pero en el caso de que
salgan bien no se escapará al “Ya
veremos…hoy te ha salido bien de casualidad pero seguro que al final verás cómo
tenía yo razón…”.
En
realidad, no se trata del estilo educativo de la persona sino de la propia
personalidad. El ser controlador significa no dejar nada al azar y planificarlo
todo perfectamente para que no haya errores después. Piensan que los errores no
deberían ocurrir si se saben prevenir y que si se producen es que se ha hecho
algo mal y, por tanto, no se es suficientemente hábil. Y si no se es hábil es
que se tienen fallos, con lo que se convierten en personas criticables, lo que
a su vez significa que si les critican corren el riesgo de que sean rechazados
por las personas importantes para ellos. Y uno de los mayores errores, por
supuesto, es el no haber hecho todo lo posible para evitar que las personas a
las que más aprecian fracasen.
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