Todos
hemos oído eso de que la “primera impresión es la que cuenta”. Y todos,
también, estamos de acuerdo en que esto se refiere a los prejuicios y,
por eso, no debemos hacer caso de semejante expresión. Consideramos que
es una equivocación el hecho de juzgar por la primera impresión porque
para emitir un juicio certero y justo primero tenemos que conocer toda
la información que rodea a la persona.
Pero,
la verdad, es que en la vida cotidiana sí cuenta y mucho. Tanto que
puede llegar a predisponer el posterior desarrollo de los
acontecimientos. El sesgo de la primera impresión se llama “efecto halo”
y consiste en quedarnos sólo con aquello que nos llama la atención de
una persona en el momento que la conocemos. A partir de ese momento
atribuimos unas características personales que le suponemos basándonos
en eso que nos llamó la atención. Es decir, generalizamos la impresión
que nos causa un solo detalle.
La primera vez que alguien habló del efecto halo fue Edward L. Thorndike,
un psicólogo estadounidense del siglo pasado que se basó en sus
investigaciones en el ejército. En estas investigaciones descubrió cómo
cada oficial evaluaba a sus subordinados en bloque; no se fijaban en
aspectos específicos sino que los calificaban, en general, en un sentido
positivo o negativo.
Es
muy difícil escapar de la primera impresión ya que no nos hace falta
tener un contacto con otra persona más de diez segundos para formarnos
una idea general sobre ella. Y con esa idea vamos a valorar el resto de
su actuación. Si alguien nos causa una buena impresión en esos escasos
segundos todo lo que sepamos y descubramos sobre ella irán en la
dirección positiva y aquello que no nos gusta lo obviaremos. En cambio,
si alguien no nos causa buena impresión, interpretaremos todo lo que
veamos después según ese concepto negativo que nos formamos.
Por
eso, es tan importante causar una buena impresión cada vez que acudimos
a lugares desconocidos, a entrevistas de trabajo o a sitios donde nos
puedan evaluar y de ello dependa nuestra aceptación posterior (como la
familia política) o, incluso, nuestro futuro (un puesto de trabajo).
Pero
el causar una buena impresión no significa que tengamos que engañar a
nadie ni aparentar ser quienes no somos. En la mayoría de las ocasiones
lo que hacemos es intentar sacar lo mejor de nosotros mismos y realzar
nuestras mejores cualidades. Así, solemos ir con una actitud positiva,
con una sonrisa en la cara evitando pensar en lo nerviosos que estamos y
con un aspecto físico arreglado o adecuado a las circunstancias.
La
cuestión es que para poder demostrar esos aspectos positivos que
tenemos, por lo general, necesitamos más de diez segundos y que nuestro
aspecto no prime por encima de nuestra forma de ser. Lo mejor sería
intentar ser neutros en la apariencia cuando no queramos que se nos
juzgue por el aspecto y nos den la oportunidad de demostrar nuestras
virtudes.
La
neutralidad o el dar a conocer sólo lo mejor no es un engaño. Sabemos
que nadie es perfecto y que todos tienen sus cosas buenas y sus cosas
malas, así que si en una primera impresión vemos muchas cosas que no nos
gustan pensaremos que lo que nos queda por descubrir puede ser “para
echarse a temblar”. Sin embargo, resaltando los rasgos positivos nos
fijaremos en ellos y supondremos que, como todas personas, también
tendrá “sus cosillas” pero no que no serán excesivamente importantes. Es
decir, que ya estamos preparados para asumir los defectos sin necesidad
de verlos.
Como
es obvio, antes o después saldrá nuestra auténtica manera de ser con
todas sus virtudes pero también con todos sus defectos y entonces será
cuando veamos de verdad a la persona que tenemos delante. Además, con el
paso del tiempo y el contacto frecuente igual que nos acostumbramos a
ver a esas personas también las relacionamos con las emociones que nos
producen, desde alegría a asco pasando por la indiferencia,
independientemente del tipo de relación y/o la distancia que mantengamos
con esa persona.
El
hecho de tener en mente esa primera impresión como algo bueno significa
que seremos más tolerantes y le daremos menos importancia, a menos que
sean auténticas barbaridades. En este caso, nuestra primera impresión
podría verse ensombrecida por completo y perder todo el valor.