Una
de las cosas que más nos cuesta hacer es expresar nuestro propio estado
emocional. Nos quejamos de que las personas con las que nos relacionamos no nos
cuentan lo que les pasa y, más aún, si es algo que nos incumbe. Nos frustra y
nos disgusta porque sentimos que no confían en nosotros. Pero… ¿acaso eso mismo
de lo que nos quejamos de los demás somos nosotros mismos capaces de hacerlo?
Y
es que realmente es difícil poder expresar lo que nos ocurre por dentro.
Consideramos que nuestras emociones son algo frágil que se debe cuidar y por
eso no nos gusta exponerlas de cualquier manera y, mucho menos, delante de
cualquier persona. Sentimos que si las dejamos marchar ya no volverán a
nosotros y perderemos una parte muy importante de nuestro ser. En resumen,
tenemos miedo de entregar nuestras emociones a alguien que pueda pisotearlas y
quedarnos indefensos en el futuro.
Otras
veces, nos da vergüenza reconocer lo que sentimos porque creemos que nos
tildarán de blandengues, especialmente en el caso de los hombres. Parece que lo
normal es que las mujeres sean más expresivas porque son más “melodramáticas” pero un hombre no puede
ser así si no quiere que le consideren un afeminado. De esta manera
establecemos una barrera de género en la expresión de emociones; para unas está
consentido o, incluso, bien visto, y para otros se convierte en un riesgo de
castigo social. Todo esto no hace más que poner freno a lo que supone una conducta
más que saludable.
Lo
primero es que nos ayuda a reconocer lo que sentimos. Si se lo contamos a
alguien, antes tenemos que pensar sobre ello y esas sensaciones difusas
comienzan a tomar forma concreta y a tener nombre, con lo que son mucho más
fáciles de afrontar.
Una
vez que se lo contamos a alguien esa emoción dejará de pesar en nuestra mente.
Cuando no dejamos salir nuestras emociones éstas se van agolpando dentro de
nosotros y lo invaden todo. Si son negativas hará que el malestar nos invada
por completo y se retroalimenten a sí mismas puesto que al no poder salir se
convertirán en una especie de bola de nieve. No sólo no permitimos que la
ansiedad que nos produce se rebaje sino todo lo contrario y esto es lo que
mostraremos a los demás. Nuestro estado emocional se reflejará en nuestro
comportamiento y si nos sentimos mal esto acabará por repercutir en nuestras
relaciones interpersonales, distanciándonos o creando hostilidad.
Si
lo que no expresamos son las emociones positivas puede que no pase nada porque
nuestro comportamiento no repercutirá de forma negativa en los otros. Sin
embargo, cuando esas emociones nos las provocan otros, ¿no somos un poco
egoístas quedándonos con lo bueno que nos dan? Sería algo así como tener una
huerta en tiempo de sequía y cubrirla cuando por fin llueve. Si hacemos
partícipes a los otros de nuestros sentimientos positivos éstos se sentirán más
unidos a nosotros y se fortalecerá la relación que hemos creado ya sea de
familia, amistad, pareja, o incluso, de trabajo.
Al
igual que cuando nos felicitan por algo bien hecho y nos gusta a los demás
también les ocurre lo mismo y tratarán de comportarse de una forma similar
posteriormente.
Por
otro lado, si expresamos el malestar que nos produce la relación con los demás
daremos la oportunidad del cambio. Si no somos capaces de transmitirlo a quien
consideramos el foco de malestar seguirá haciendo lo mismo porque no sabrá que
hay algo que nos puede estar molestando.
Independientemente
de que lo que sintamos lo consideremos algo nuestro exclusivamente primero
debemos recapacitar si realmente tiene algo que ver con otras personas. Y
después de eso y de reconocer cómo nos sentimos podemos tomar la decisión de
contárselo a alguien. Para lo que consideramos algo demasiado íntimo debemos
encontrar a alguien en quien verdaderamente confiemos, alguien que nos de la
seguridad de que va a “tratar bien”
nuestras emociones.
Una
vez que ya tenemos estos pasos ya podemos expresarnos. Si no nos atrevemos a
hablarlo con nadie, otra buena opción es escribirlo en un cuaderno o un diario.
Podemos anotar acontecimientos, reflexiones, sentimientos, recuerdos, etc. que
consideremos importantes o que hacen cambiar nuestro estado emocional, el
efecto será muy parecido.
De
esta forma abriremos la puerta a aquello que nos duele para dejarlo marchar
pero, también, abriremos la puerta para que entren y se multipliquen las
emociones y las personas que nos aportan un estado positivo.