viernes, 19 de septiembre de 2014

Divorcio y separación en la pareja (II): las dudas y los hijos

La decisión de separarse puede ser común o unilateral. A pesar de que la relación no vaya bien, puede que nos resistamos a tomar la difícil decisión de la separación. Los motivos pueden ser muy variados: el miedo a aceptar el fracaso, la familia, los amigos y el miedo al “qué dirán”, los hijos (en los casos en los que los haya), el temor a la soledad y el miedo a empezar de nuevo, la dependencia económica o afectiva, etc.
Al igual que los motivos pueden ser extensos, las dudas también. Un último refugio es pensar que no se ha intentado lo suficiente y que se puede recuperar la relación. Las segundas oportunidades pueden funcionar si aún queda algo y el esfuerzo para reconstruir la relación es mutuo.
No obstante, en muchas ocasiones, un miembro de la pareja ya ha tomado la decisión y ésta es firme con lo que no se deja lugar a un nuevo intento. En otras ocasiones, se puede intentar pero la relación está tan deteriorada que se vuelven a repetir los mismos comportamientos y reexperimentamos la misma relación con los mismos errores y las mismas molestias otra vez. En el caso de plantearnos un nuevo intento lo primero a tener en cuenta es identificar los fallos para resolverlos y cambiar el estilo de convivencia y relación que fracasó con anterioridad. Esto pasa por asumir los defectos del otro y llegar a acuerdos sobre los puntos conflictivos de la convivencia.
Cuando la decisión de separación es firme afloran los sentimientos de fracaso y la sensación de haber perdido el tiempo. Nos sentimos incapaces de conservar una relación durante un tiempo prolongado podemos llegar a creer que todo el tiempo que vivimos no valió la pena por el resultado final al que hemos llegado. Independientemente de que la separación en algún momento produzca alivio también pasamos por un período de duelo. Los buenos recuerdos vuelven a nuestra memoria y nos echamos la culpa de haber destrozado la relación. Este sentimiento se mezcla con el enfado por culpar al otro y hacerle responsable del fin de la historia.
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Conseguir llevar a cabo una separación amistosa nos ahorrará mucha energía emocional y los trámites serán mucho más fáciles.
Ante nosotros se presenta, en ocasiones, la desesperanza mezclada con el alivio y, a veces el sentimiento de culpabilidad por estas emociones contradictorias que sentimos. Puede que tengamos la necesidad de retomar la soltería y recuperar el “tiempo perdido” saliendo todos los días o manteniendo relaciones esporádicas con personas desconocidas sólo por el hecho de volver a sentirnos jóvenes y huir de la soledad.
Otro de los puntos que influyen en la decisión de separación son los hijos. Esta puede llegar a convertirse en la única razón para continuar manteniendo la convivencia a pesar de que no exista ya ningún vínculo amoroso. Por un lado, el miedo a que lo pasen mal y a causarles un dolor que creemos se puede evitar. Por otro lado, se  llegan a convertir en el instrumento para manipular al otro miembro de la pareja y evitar, así, ser abandonado.
Los hijos perciben el estado de la relación porque no son ajenos a las discusiones y al ritmo de vida de la casa y de los padres como pareja. Independientemente de la edad, los niños lo perciben porque reciben respuestas tensas, la paciencia de los padres no es igual, ven caras de preocupación o llanto, etc. Los gestos transmiten mucho más que las palabras y cuando algo no va bien y les decimos que no se preocupen conseguimos el efecto contrario. Inmediatamente, su cabeza comienza a cavilar preguntándose si han hecho algo malo y si sus padres están enfadados o decepcionados con ellos o ya no les quieren. Entonces la inseguridad se apodera de ellos.
En los casos en los que son usados para manipular al otro miembro de la pareja se les somete a una presión en la que se ven obligados a tomar parte por uno de los dos. Consideran que el otro hizo algo mal y debe pagar o bien que si no se inclinan por uno de ellos perderán su afecto. Es en ese momento cuando empieza para ellos una pesadilla en la que no saben cómo comportarse y tratan de agradar a las dos partes para no perder a ninguno. Pierden el concepto de lo que está bien o no y sólo deciden para evitar sentirse mal o, incluso, aprenden a usar la manipulación y la emplean contra sus propios padres.
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Los hijos son la parte que sale perdiendo en las separaciones y divorcios, especialmente cuanto más difíciles son.


En ningún momento los hijos deben ser el arma contra el otro miembro de la pareja. Cuando se toma la decisión es conveniente preparar la noticia para transmitírsela a los niños adaptándonos a su edad. Los argumentos deben ser claros y objetivos, evitando que puedan generar la duda de una posible responsabilidad en los pequeños.
Lo principal es dejar claro que, a pesar de todo, siguen siendo queridos y que en ningún momento van a perder a sus padres como figuras de apego. Seguirán esforzándose por educar y cuidar de ellos aunque ya no vivan bajo el mismo techo. Cuanto más pequeños son los hijos, más importante es dejar claro los sentimientos de los padres hacia ellos y marcar la diferencia e independencia sobre el problema de los padres y la separación puesto que su seguridad emocional depende de ello en gran medida.

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