La
decisión de separarse puede ser común o unilateral. A pesar de que la
relación no vaya bien, puede que nos resistamos a tomar la difícil
decisión de la separación. Los motivos pueden ser muy variados: el miedo
a aceptar el fracaso, la familia, los amigos y el miedo al “qué dirán”,
los hijos (en los casos en los que los haya), el temor a la soledad y
el miedo a empezar de nuevo, la dependencia económica o afectiva, etc.
Al
igual que los motivos pueden ser extensos, las dudas también. Un último
refugio es pensar que no se ha intentado lo suficiente y que se puede
recuperar la relación. Las segundas oportunidades pueden funcionar si
aún queda algo y el esfuerzo para reconstruir la relación es mutuo.
No
obstante, en muchas ocasiones, un miembro de la pareja ya ha tomado la
decisión y ésta es firme con lo que no se deja lugar a un nuevo intento.
En otras ocasiones, se puede intentar pero la relación está tan
deteriorada que se vuelven a repetir los mismos comportamientos y
reexperimentamos la misma relación con los mismos errores y las mismas
molestias otra vez. En el caso de plantearnos un nuevo intento lo
primero a tener en cuenta es identificar los fallos para resolverlos y
cambiar el estilo de convivencia y relación que fracasó con
anterioridad. Esto pasa por asumir los defectos del otro y llegar a
acuerdos sobre los puntos conflictivos de la convivencia.
Cuando
la decisión de separación es firme afloran los sentimientos de fracaso y
la sensación de haber perdido el tiempo. Nos sentimos incapaces de
conservar una relación durante un tiempo prolongado podemos llegar a
creer que todo el tiempo que vivimos no valió la pena por el resultado
final al que hemos llegado. Independientemente de que la separación en
algún momento produzca alivio también pasamos por un período de duelo.
Los buenos recuerdos vuelven a nuestra memoria y nos echamos la culpa de
haber destrozado la relación. Este sentimiento se mezcla con el enfado
por culpar al otro y hacerle responsable del fin de la historia.
Ante
nosotros se presenta, en ocasiones, la desesperanza mezclada con el
alivio y, a veces el sentimiento de culpabilidad por estas emociones
contradictorias que sentimos. Puede que tengamos la necesidad de retomar
la soltería y recuperar el “tiempo perdido” saliendo todos los días o
manteniendo relaciones esporádicas con personas desconocidas sólo por el
hecho de volver a sentirnos jóvenes y huir de la soledad.
Otro
de los puntos que influyen en la decisión de separación son los hijos.
Esta puede llegar a convertirse en la única razón para continuar
manteniendo la convivencia a pesar de que no exista ya ningún vínculo
amoroso. Por un lado, el miedo a que lo pasen mal y a causarles un dolor
que creemos se puede evitar. Por otro lado, se llegan a convertir en
el instrumento para manipular al otro miembro de la pareja y evitar,
así, ser abandonado.
Los
hijos perciben el estado de la relación porque no son ajenos a las
discusiones y al ritmo de vida de la casa y de los padres como pareja.
Independientemente de la edad, los niños lo perciben porque reciben
respuestas tensas, la paciencia de los padres no es igual, ven caras de
preocupación o llanto, etc. Los gestos transmiten mucho más que las
palabras y cuando algo no va bien y les decimos que no se preocupen
conseguimos el efecto contrario. Inmediatamente, su cabeza comienza a
cavilar preguntándose si han hecho algo malo y si sus padres están
enfadados o decepcionados con ellos o ya no les quieren. Entonces la
inseguridad se apodera de ellos.
En
los casos en los que son usados para manipular al otro miembro de la
pareja se les somete a una presión en la que se ven obligados a tomar
parte por uno de los dos. Consideran que el otro hizo algo mal y debe
pagar o bien que si no se inclinan por uno de ellos perderán su afecto.
Es en ese momento cuando empieza para ellos una pesadilla en la que no
saben cómo comportarse y tratan de agradar a las dos partes para no
perder a ninguno. Pierden el concepto de lo que está bien o no y sólo
deciden para evitar sentirse mal o, incluso, aprenden a usar la
manipulación y la emplean contra sus propios padres.
En
ningún momento los hijos deben ser el arma contra el otro miembro de la
pareja. Cuando se toma la decisión es conveniente preparar la noticia
para transmitírsela a los niños adaptándonos a su edad. Los argumentos
deben ser claros y objetivos, evitando que puedan generar la duda de una
posible responsabilidad en los pequeños.
Lo
principal es dejar claro que, a pesar de todo, siguen siendo queridos y
que en ningún momento van a perder a sus padres como figuras de apego.
Seguirán esforzándose por educar y cuidar de ellos aunque ya no vivan
bajo el mismo techo. Cuanto más pequeños son los hijos, más importante
es dejar claro los sentimientos de los padres hacia ellos y marcar la
diferencia e independencia sobre el problema de los padres y la
separación puesto que su seguridad emocional depende de ello en gran
medida.
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