Se
vaticina que con la crisis las rebajas no van a tener tanto éxito y que el
consumo va a descender. Pero como cada año por estas fechas, las tiendas
(especialmente de ropa) se encuentran llenas de gente por todos lados y para
comprar algo hay que esperar una cola inmensa. Es posible que se note un
descenso en los ingresos de los comercios pero lo que no es posible es que
dejemos de consumir y mucho menos en rebajas. Y es que queramos o no las
rebajas nos atraen y no sólo a las mujeres.
Puede
que el consumo no sea tan grande en cifras y que muchas personas sólo acudan a
las tiendas a mirar a ver qué tipo de chollos
pueden cazar y que cuiden mucho más la salud de su cartera. Y puede, también,
que las grandes colas antes fueran para comprar un gran número de artículos y
ahora sólo nos llevemos uno o dos. Pero la realidad es que si entramos en
alguna tienda, aunque sólo sea por curiosidad, antes o después acabaremos
llevándonos algo a casa justificando que lo necesitábamos o que llevábamos
mucho tiempo buscándolo.
¿Por
qué ocurre esto? Lo primero, porque nos encanta tener cosas nuevas, la novedad
es algo que atrae inevitablemente al ser humano. Además, cuando se acerca la
época normalmente aplazamos las compras diciéndonos: “a estas alturas ya espero hasta las rebajas”. Con ello entramos en
un periodo de espera que nos hace ilusionarnos y divagar sobre esa cosa nueva
que aún no tenemos. Aunque no tengamos claro lo que queremos el simple hecho de
imaginarlo ya nos crea expectativas agradables. Y si tenemos que esperar por
algo que queremos cuando llegue el momento lo vamos a disfrutar mucho más.
Lo
siguiente, el precio. Suponemos que en rebajas los precios son más bajos y, por
lo tanto, creemos que podemos comprar más cosas con la misma cantidad de
dinero. Y mejor que estrenar una sola cosa es poder estrenar dos, tres o más.
Esto se ve reforzado por las intensas campañas publicitarias con que nos
bombardean ofreciendo lo imposible, lo mejor de lo mejor al precio más bajo.
La
decepción llega cuando los precios no son tan buenos como esperábamos. Pero
seguimos teniendo esa idea formada en el fondo de nuestra mente y creemos
firmemente que se pueden encontrar gangas, así que las buscamos. En la lucha
contra la decepción por los precios se activa nuestro espíritu de detective y
se desencadena una especie de competición con nosotros mismos por encontrar ese
típico chollo del que luego podemos presumir delante de nuestros amigos. Puede
que no consigamos lo que queríamos en un principio pero a fuerza de buscar
encontramos otros artículos que nos parecen aceptables.
Por
otro lado, el sólo efecto de comprar ya es una actividad placentera en sí
misma. Sea o no tiempo de rebajas, el hecho de entrar en una tienda repleta de
cosas nuevas entre las que poder elegir ya nos resulta agradable. Imaginamos
que en las tiendas hay objetos para todos, así que suponemos que encontraremos
algo que parece que está hecho
pensando en nosotros. Y así nos sentimos integrados en la normalidad del mundo, contamos dentro de la sociedad. En realidad,
lo que ocurre es que somos nosotros los que nos adaptamos a la variedad que
ofrece el mercado y aunque no nos convenza del todo nos termina por gustar
porque son las opciones que tenemos.
Mientras
buscamos eso que está hecho para nosotros
se va creando una tensión en nuestro interior fruto de esa búsqueda. Miramos,
tocamos, probamos, nos imaginamos poseedores de ello y cada vez tenemos más
ganas de llevarnos lo que hemos elegido. Si tenemos que esperar la cola
aparece, otra vez, ese momento de espera que nos impide conseguir el objeto
preciado, con lo que se acumula la tensión.
Y
finalmente, llega el momento del intercambio: el dinero por el objeto (que nos
ha) elegido. Estamos ante la persona que nos cobra, casi siempre, muy amable y
atenta y, como somos seres sociales que somos, nos encanta que nos dediquen una
sonrisa. La tensión se diluye en la sonrisa del dependiente y por fin nos
quedamos con la recompensa que supone el nuevo artículo que hemos adquirido.
Y
por si esto no fuera suficiente para tentarnos a acercarnos a las rebajas aún
tenemos la guinda del pastel. ¿Cuántas veces hemos tenido la misma conversación
acerca de lo que nos hemos comprado en las rebajas? ¿A quién no le han
preguntado si ha ido ya o si va a ir? Por no hablar de que para muchos es una
actividad de ocio, social o familiar, el “ir
de rebajas”.
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