La
palabra psicólogo, etimológicamente hablando, significaría algo así como conocedor de la mente. Proviene de Psico (alma o actividad de la mente) y Logos (conocimiento). Esto es lo que
hace que muchos crean que un psicólogo sabe lo que los demás están pensando
pero nada más lejos de la realidad.
El
psicólogo, entre otras muchas cosas, es alguien que estudia a la persona en su
entorno y su relación con éste. Recoge datos acerca de cómo se comporta, cómo
piensa y lo que dice para entender por qué lo hace y, así, intentar predecir cómo serán sus reacciones en
situaciones futuras semejantes. Con toda esta información también puede
detectar formas disfuncionales de relacionarse consigo mismo, con los demás y
con su entorno y ayudar a cambiarlas para que la persona se sienta mejor.
Un
psicólogo no lee la mente de nadie y tampoco es una persona seria que se sienta
en una silla y escucha la vida de los que acuden a consulta con cara de póquer.
Es, más bien, una especie de asesor, conductor o guía emocional que ofrece
pautas para tener una visión más ajustada de la realidad, aprender a regular las
emociones mejor y afrontar la vida de una manera más satisfactoria y adaptada a
las necesidades o a las metas personales.
No
es un mago que toca con su varita mágica y transforma a la persona sino que
ayuda en el cambio personal de quienes lo deciden. Enseña a afrontar y resolver
problemas y dificultades que acontecen en la vida para que puedan enfrentarse a
nuevas situaciones con un resultado satisfactorio.
No
poseen fórmulas maravillosas para que alguien cambie sin hacer nada. El
esfuerzo es de la propia persona que acude a consulta porque quiere iniciar un
cambio en su vida.
Aún
hoy en día para muchos, ir al psicólogo supone una etiqueta negativa para la
persona porque a lo mejor no está bien de
la cabeza o, incluso, está loco.
Esto hace que muchas personas no acudan por vergüenza o por el qué pensarán de mí. Y lo que acaba
ocurriendo es que el malestar acaba siendo cada vez mayor. Por si fuera poco, puede
que haya personas que necesiten ir varias veces al psicólogo y, no por ello, tengan
que estar marcadas de por vida. Normalmente, se piensa que el tener que repetir
significa que el psicólogo no es bueno o que la persona no tiene remedio.
¿Acaso no vamos repetidas veces al médico por un catarro o una gripe?
Por
otro lado, puede haber varias razones por las que fracasen las terapias. Una de
las principales razones es el objetivo o la idea errónea que tiene la persona
acerca de una terapia psicológica como el pensar que una vez que se sale de la
sesión de terapia ya no hay que hacer nada más ni poner en práctica aquello que
se ha acordado o recomendado. Todo lo contrario, una buena terapia tiene
mejores resultados si se toma como un trabajo constante en la vida diaria para
aplicar lo que se ha aprendido.
Otra
razón puede ser que no tengamos una buena relación con nuestro terapeuta. Al
igual que en cualquier ámbito de nuestra vida no encajamos con todas las
personas con las que nos relacionamos. Si comenzamos una terapia y no nos
convence después de varias sesiones es mejor cambiar.
Por
su parte, el psicólogo, deberá tener unas buenas habilidades terapéuticas que
faciliten que el cliente tenga confianza en su psicólogo para que pueda hablar
con él sin reservas. Esto pasa por una aceptación incondicional de la persona
que acude a consulta sin juzgarla. Y, cómo no, deberá comportarse de manera
amable, empática y demostrar que sabe escuchar, a la vez que utilizará un tono
adecuado a cada persona sin emplear un lenguaje pomposo ni vulgar. Así, el
terapeuta será una persona respetable para su cliente.
Tampoco
es una persona autoritaria que obliga a que se haga lo que dice sino que ayuda
a buscar en cada uno las razones personales para el cambio. Debe saber motivar
para que se logre la meta deseada y que se aplique a todos los aspectos de la
vida y que en el futuro también se actúe según esas nuevas estrategias
aprendidas. El objetivo no es dar consejos sino pequeñas pautas que ayuden a
que la propia persona perciba y utilice sus propios recursos.
Por
último, otra razón importante es que algunas personas tienen miedo a cambiar y
dejar de ser como eran, temen convertirse en alguien distinto. Su esencia
permanece sólo cambian los aspectos disfuncionales que le causan sufrimiento o
que le llevan a comportarse de una forma perjudicial para sí mismo o para
otros.
En el s.XXI y con los mismos mitos acerca del trabajo de estos profesionales.
ResponderEliminarEl tratamiento de la salud no es monopolio de la medicina, pues la salud es un estado de bienestar físico, psicológico y social que excede incluso a los profesionales.
Se agradece tu reflexión.
Un saludo.
Muchas gracias por tu aportación, Mercedes. Estoy convencida de que, poco a poco, esta profesión dejará de ser un lujo para unos pocos y que, además, se perderá el miedo a sentirse estigmatizados por acudir a la consulta de un psicólogo.
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