Llega el verano y con él la temporada de las vacaciones estivales, las más deseadas pero, también, las más reñidas.
Durante el año establecemos una rutina que prácticamente gira en torno al trabajo. Pensamos y organizamos nuestro tiempo en torno a la jornada laboral y el rato que nos queda libre lo aprovechamos para hacer aquello que nos da tiempo y que no siempre son actividades de ocio.
En verano todo cambia. Los niños tienen vacaciones y se alteran las rutinas. Parece que todo es más relajado e intuimos que nos lo vamos a tomar todo con más calma que el resto del año.
Sin embargo, el preparar las vacaciones no es un asunto baladí. Lo primero de todo es saber el tiempo del que disponemos y el presupuesto con el que contamos para saber cuáles son las opciones que tenemos. Si comenzamos a soñar con unas vacaciones que no podemos pagar aquí llegará la primera frustración.
Otra cuestión a tener en cuenta es que no podemos llevarnos el trabajo en nuestra cabeza de vacaciones. Es un momento para desconectar y si mezclamos el ocio con el estrés éste último se apoderará de nuestro período vacacional y no podremos dejar de pensar en lo que estaríamos haciendo o lo que tendremos que hacer cuando volvamos para ponernos al día. Si no nos olvidamos del trabajo por unos días no disfrutaremos de las vacaciones y volveremos como si no nos hubiésemos marchado o peor aún.
Lo siguiente es saber con quién nos vamos a ir. Con amigos, en pareja, en familia o solos. Si vamos solos no tendremos problemas para organizarnos ya que todas las decisiones recaerán sobre nosotros mismos. Si vamos acompañados tendremos que ajustar días y ponernos de acuerdo con las preferencias de todos. Siempre debemos estar dispuestos a negociar pero si no estamos de acuerdo en absoluto con algo es mejor que lo digamos o que no nos sumemos al plan puesto que corremos el riesgo de crear tensión y acabar discutiendo durante todo el tiempo que duren las vacaciones.
En el caso de ir con nuestra pareja o familia tenemos que tener claro que este tiempo es para relajarse y disfrutar, y para reforzar la relación pero no para salvarla. A menudo, lo que ocurre es que las expectativas de unos y otros no se ponen en común y acabamos llevándonos una sorpresa no muy agradable. Cuando tenemos mucho estrés acumulado fantaseamos sobre las vacaciones y lo bien que nos lo vamos a pasar, cuántas cosas vamos a hacer y lo mucho que vamos a descansar. Pero, normalmente, hacemos los planes a nuestra medida sin contar con lo que le gustaría a la otra persona o, incluso, olvidando que nos llevamos a nuestros hijos. Muchas veces estamos acostumbrados a tener una relación más bien escasa con nuestra familia durante el año simplemente por la falta de tiempo. Así que lo único que hacemos es acumular las preocupaciones y los problemas diariamente sin compartirlos y damos por hecho que en las vacaciones se van a esfumar y vamos a volver como nuevos.
En cambio, lo que ocurre es que la otra parte de la pareja llega igual; con sus propias expectativas y con todo ese torrente de ansiedad y problemas que quiere quitarse de encima como si fueran moscas. En ningún momento nos paramos a pensar que la otra persona hubiese pensado lo mismo que nosotros, hacer lo que quiera, descansar y no preocuparse de nada ni nadie más. Así es que nos encontramos con una pareja que no quiere hacer nada de lo que nosotros queremos, que no nos comprende, que dice estar cansado y estresado y que sólo quiere estar tranquilo (o tranquila). Y puede que también nos encontremos con unos niños que no se cansan nunca de gritar, de pedir cosas y de pelearse con sus hermanos, que no nos dejan dormir y que requieren atención treinta horas al día.
De repente, todas nuestras ilusiones se rompen y la ansiedad aumenta con la frustración que sentimos. Comenzamos a sentir que “estábamos mejor en casa”, que “esto no es descanso ni es nada”, que “no lo podemos soportar más” y que ojalá se terminen pronto. Y a todo ello sumémosle que no podemos separarnos de este ambiente que se ha creado y que cada vez se nota más cargado. Como nuestro humor ha cambiado también la manera de relacionarnos con los demás ha cambiado y se nota un ambiente hostil que puede ir en aumento.
Para que nuestro tiempo de vacaciones no sea un desastre lo mejor es tener todos estos puntos bien definidos y asumir que no hay nada perfecto pero que, si nos lo proponemos, podemos pasar unas vacaciones magníficas y volver casi como si nos hubiésemos tomado un año sabático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario