martes, 9 de julio de 2013

El miembro indispensable de la familia

Desde hace décadas se ha instalado en todos los hogares y ha pasado a ser uno más. Incluso, en los últimos años, se ha convertido en familia numerosa por sí misma. Nos hace compañía, nos entretiene y nos mantiene al día de lo que queremos y de lo que no. No hay día que no la veamos en marcha. Y, mientras su aspecto se renueva cada día, su contenido se degrada de forma directamente proporcional.
Así es la televisión, ha pasado a ser un útil indispensable en nuestros hogares. Los niños crecen con los héroes de moda y juegan con los personajes de los dibujos que ven. Los jóvenes se visten igual que los actores de las series a las que están enganchados. Los adultos se alteran viendo las noticias, disfrutan viendo películas, se entusiasman con el fútbol y se evaden de su vida enterándose de la que llevan otras personas que ni siquiera conocen.
Un instrumento que tanto influye en nuestra forma de vida merece una reflexión acerca de su uso. Se trata de una herramienta muy flexible y con múltiples usos. Puede servirnos para mostrarnos la realidad y conocer otras situaciones y otros lugares. Pero, sobre todo, lo que indudablemente transmite son valores. Queramos o no, de forma indirecta, siempre se muestran valores que, según el tipo de programa, nos puede ayudar a crecer personalmente o a estancarnos.
Lo más paradójico, es que algo que llamamos medio de comunicación, en realidad, muchas veces, nos lleva a la incomunicación. Cuántas familias comen y/o cenan viendo la televisión. Nuestro ritmo de vida hace que siempre estemos ocupados y uno de los pocos momentos para encontrarnos con nuestra familia suele ser la hora de la comida y de la cena. Algunas veces, incluso, sólo en una de estas ocasiones.
El panorama en muchas familias acaba siendo muy parecido a este. “Ponemos la mesa, nos sentamos a comer y encendemos la televisión. Comenzamos a comer, comentamos lo que estamos viendo pero no mucho porque si no perdemos el hilo. Si acaso, se comenta algo de lo sucedido durante el día y nada más. Si hay anuncios, dejamos el cubierto en la mesa para coger el mando, hacemos “zapping” y nos quejamos de que la publicidad es un incordio. Dejamos el mismo canal que teníamos antes, posamos el mando de la televisión y seguimos comiendo. Terminamos de comer, recogemos y cada uno de vuelta a su vida. Y, si es posible, una siesta viendo la televisión que acompaña con el soniquete.” En el caso de que haya niños la modalidad es mandar al niño comer porque se queda atontado con la boca abierta viendo la televisión y, si le da por contar algo, se le manda callar porque no deja escuchar bien.
Es posible que en algún momento haya algo interesante o importante que queramos oír. Pero reconozcamos que no todo tiene la misma importancia. Cada día que se repite este capítulo se produce una ruptura de la comunicación. A veces, pensamos que no tenemos nada que contar y que nos apetece distraernos porque estamos cansados. Necesitamos evadirnos de la realidad y no pensar en nada más.
Por muy cansados que estemos nuestra pareja o hijos nos siguen importando y pertenecen a nuestra realidad. Después de todo un día sin verlos, quizá, merezcan un poco de nuestra atención. Si no hablamos con nuestras parejas poco a poco desconectaremos de su vida. Cada vez tendremos menos que decir y se acabará convirtiendo en un perfecto desconocido. Los hijos también necesitan atención y mucho más que la pareja. Están creciendo y aprendiendo unas pautas de comportamiento y de comunicación. Si se sienten escuchados, aprenderán a valorar el escuchar a los demás. De lo contrario, no sabrán escuchar a otros en un futuro. Además, aprenden a expresarse y mostrar sus emociones, sus tristezas, alegrías y miedos. Puede que “tengamos muy vista” a nuestra pareja pero no saber cómo son o qué hacen nuestros hijos puede traer consecuencias porque somos responsables de lo que ocurre en su infancia.

Probemos a apagar a nuestro familiar postizo y escuchar lo que tienen que contarnos las personas que más apreciamos. Descubriremos lo satisfactorio y placentero que es sentir que formamos parte de la vida de otros y que éstos cuentan con nosotros.

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