Al llegar el fin de año echamos la vista atrás para valorar nuestros últimos 365 días. |
Ya sea por las campañas publicitarias que buscan tocar nuestro lado más sensible o bien por nosotros mismos, es cierto, que cuando llegan estos días todos echamos un vistazo a lo que ha sido nuestra vida a lo largo de los últimos trescientos sesenta y cinco días escasos. Valoramos si hemos cumplido todo lo que nos propusimos y nos reímos de muchas de esas promesas que hicimos y no cumplimos como el hacer más deporte o el dejar de fumar. Nos fijamos si hemos cambiado mucho físicamente y si los acontecimientos nos han dejado muchas huellas en el corazón, ya sean heridas o preciosas adquisiciones que no tienen por qué ser materiales.
Los seres humanos medimos el tiempo en tramos. Tenemos las unidades de media del tiempo objetivas y organizamos los días, las semanas, los meses y los años. Pero también existen otras etapas más amplias como la adolescencia, la edad, adulta o la vejez. Así, cada cierto tiempo nos paramos y echamos la vista atrás para ver lo que ha sido de nuestra vida.
Al llegar el fin de año, sin darnos cuenta, algún pensamiento del tipo: “¿Qué estaba haciendo yo hace un año?” o “Y pensar que hace un año estaba así...”. Sin duda, es una evaluación importante aunque no le veamos más sentido que la simple curiosidad.
A través de lo que nos propusimos y vivimos nos evaluamos y determinamos si ha merecido la pena el último año y si nuestra vida a sido satisfactoria de verdad. Así calificamos nuestra autoimagen y reforzamos nuestra autoestima, o no.
Si hemos salido airosos de nuestra evaluación entonces nos sentiremos a gusto con nuestra persona, nos marcaremos nuevas metas, crearemos proyectos y mantendremos vivas nuestras ilusiones. Si, por el contrario, decidimos que, más o menos, hemos perdido el tiempo entonces tendremos muy pocos momentos reseñables de este último período y nuestra autoestima se verá comprometida. Tal es así que podemos llegar a sentirnos deprimidos.
Pero, ¿qué hacer si creemos que el último año no hemos hecho nada que nos satisfaga? Lo primero de todo es analizar en profundidad qué es lo que menos nos ha gustado o cuál es la actitud que más nos reprochamos. Reflexionaremos si realmente nos hemos dejado llevar por la pereza, por las circunstancias o porque nos hemos fijamos unas metas poco reales o que no nos interesaban.
Saber lo que queremos no siempre es fácil pero no debemos tirar la toalla por ello. Buscaremos en ese mismo año las cosas que hicimos y no habíamos previsto o los momentos que nos hicieron felices. A veces serán acontecimientos que no podemos repetir o que surgen de la casualidad pero en otras ocasiones quizá nosotros tuvimos un papel relevante en los hechos. Ése es el momento con el que nos tenemos que quedar. Analizarlo y ver qué fue lo que pasó y cómo lo supimos afrontar o cómo gestionamos nuestras capacidades para sacar lo mejor de nosotros mismos.
Puede que esto nos dé una idea para el futuro de lo que podemos alcanzar si nos lo proponemos. Integrando nuestras mejores capacidades con aquello con lo que disfrutamos es mucho más fácil imaginar otras oportunidades parecidas. De esta forma nuestra autoestima no se verá tan castigada como si lo único que vemos del último año es negatividad.
Además, podemos hacer un repaso a los que creemos que fueron los errores más grandes que cometimos y tratar de buscar una solución a próximas situaciones parecidas que se nos presenten. Existe pocos problemas que no tienen una solución definitiva y, aún así, podemos tomar decisiones para tratar de afrontarlos de una manera más positiva sin necesidad de castigarnos por ellos.
De esta manera podremos afrontar los próximos trescientos sesenta y cinco días con una buena autoestima que nos dará ilusión y fuerzas suficientes para sobreponernos a las posibles barreras que encontremos.
¡Feliz año nuevo 2014!