martes, 20 de diciembre de 2011

La importancia de tener una buena red social… real.


Hace varios años que el término red social llegó a nuestros oídos y la hemos asimilado como algo cotidiano. Habitualmente, utilizamos este concepto cuando hablamos de internet. Sería algo así como un tejido hecho a base de personas las cuales configuran cada punto de unión o nudo. Todos juntos formamos esa red que, por ser de personas, se le atribuye el adjetivo de social.
Pero, hace muchos más años, ese concepto ya se utilizaba para hablar de otro tipo de relaciones que no se basaban sólo en encender el ordenador. Antes del surgimiento y consolidación de la web y sus inventos todos contábamos con una red social que, evidentemente, era mucho más pequeña. En este sentido, la red social funcionaría como la red del funámbulo que protege de las caídas.
No estoy en contra de las redes sociales en internet ni de eso tan moderno que llamamos “web 2.0”. Es más, este tipo de actividades también tiene sus ventajas si se sabe utilizar con un mínimo de raciocinio e, incluso, pueden ser divertidas. De lo que me interesa hablar en este artículo es de los que tenemos realmente cerca.
Todos, o casi todos, podemos decir que tenemos a alguien en quien confiar; a quien contarle nuestros secretos, preocupaciones, alegrías, miedos, y cualquier otra cosa que consideramos importante. Normalmente, es nuestra pareja o los que llamamos nuestros mejores amigos. Pero no sólo contamos con estas personas. También, está nuestra familia más cercana o personas que se encuentran físicamente cercanas a nosotros y que, en un momento dado, nos pueden echar una mano.
Todo esto va formando una especie de anillos concéntricos que forman nuestra red social (real).  En el centro, nos encontramos nosotros y, a nuestro alrededor, el anillo más pequeño, está formado por quienes están más próximos a nosotros. Son los primeros a los que acudimos. Después, están aquellos familiares y amigos con los que no tenemos tanto contacto pero que “están ahí”. También pueden ser nuestros compañeros de trabajo o de otras actividades. Por último, están las otras personas que conforman nuestro entorno y con las que no tenemos una relación muy cercana como son los conocidos, vecinos, otros compañeros de trabajo, etc.
 Esta red nos protege, a veces incluso, de nosotros mismos. Se suele decir que tener una adecuada red social (real) es como la protección del sistema inmunológico ya que ayuda a que nos encontremos bien. No sólo son los favores o cuidados físicos y tangibles que pueden procurarnos estas personas sino, también, el hecho de compartir todo aquello que es importante para nosotros.
Imaginemos cuando tenemos un problema o estamos agobiados, cómo nos sentimos. Y cuando nos ha ocurrido algo realmente bueno. Muchas veces sentimos que vamos a explotar si no se lo contamos a alguien. Las alegrías se llevan muy bien en soledad pero lo negativo puede afectar a nuestra salud mental. Por ejemplo, muchas personas deprimidas se acaban aislando de su red social y su depresión se incrementa porque no hablan con nadie, ni salen, ni hacen actividades agradables (solas ni en compañía), ni sus allegados pueden ayudarlas porque no se dejan. Paulatinamente, van perdiendo el contacto con los que se preocupan por ellos y acaban encerrados en sí mismos soportando su propio dolor como si un alfiler sujetara un elefante.
En la infancia estamos constantemente rodeados de gente y tenemos infinidad de oportunidades de establecer amistad con los iguales. A medida que vamos creciendo, vamos reduciendo nuestras actividades y, con ello, las oportunidades de conocer nuevas personas.
La edad adulta es más difícil aún puesto que mucha gente cambia de residencia, tiene hijos que ocupan la mayor parte de su tiempo y, a veces, sólo cuenta con el trabajo como forma de relacionarse. El contexto laboral no siempre es el mejor lugar ya que no podemos escoger a nuestros compañeros. No suele haber muchos puntos en común, las diferencias de edad pueden ser demasiado grandes y/o los estilos de vida incompatibles.
En la vejez se produce el mayor riesgo de aislamiento y soledad debido a que muchas personas tienen dificultades para desplazarse y comienzan a desaparecer las personas cercanas.
Así pues, es muy recomendable aprovechar y disfrutar cada oportunidad que encontramos para establecer nuevas relaciones sociales puesto que nos fortalece y nos ayuda a desarrollarnos como personas.
Invito a la reflexión acerca de las propias redes sociales de cada uno. Aquellos que conservan sus amistades desde la infancia y adolescencia pueden sentirse muy afortunados. Mantener estos lazos a pesar de los cambios y circunstancias de la vida, muchas veces, es un ejercicio de equilibrismo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Deseamos lo que no tenemos


Algunas veces, sentimos un impulso irresistible de poseer aquello de lo que nos encaprichamos, lo cual no es tan raro porque desde que nacemos deseamos lo que no tenemos. Pero, si lo que deseamos está lejos o es algo prohibido, nuestras ganas se exacerban aún más.
El inconformismo es importante porque nos hace esforzarnos y luchar por aquello que nos interesa. Es una gran herramienta para avanzar. Pero, también, nos puede llevar a la autodestrucción. La obcecación que, a veces, nos invade cuando hemos decidido lo que queremos nos puede llevar a realizar conductas arriesgadas que pueden poner en peligro nuestra salud física y/o mental. Por ejemplo, el querer ir a la moda en todo momento o tener lo último en tecnología puede acabar convirtiéndose en una adicción a las compras. Un fanático de los deportes de riesgo puede llegar a poner en peligro su propia vida. Y no sólo esto, la obsesión de querer más poder o más prestigio puede hacer que “perdamos el norte” y quedarnos solos después de haber causado mucho daño a nuestro alrededor.
A menudo pensamos que lo ajeno a nosotros es lo bueno y no valoramos lo nuestro… hasta que lo perdemos. Cuando ya no forma parte del entorno que controlamos y en el que nos sentimos seguros es cuando nos arrepentimos y comenzamos a ver todo lo bueno que no vimos antes. Lo mismo nos ocurre cuando por fin poseemos aquello que tanto deseábamos. En seguida pierde todo su atractivo y comienza a no ser tan maravilloso como nos parecía antes.
La novedad es lo que nos oculta esa parte negativa que después aparece ante nosotros con toda claridad. Al igual que los niños que juegan con su pelota y se encaprichan del balón con el que juega su amigo, a los adultos nos ocurre con la ropa, la tecnología, los muebles, los coches … o las personas. La novedad junto con el capricho y la ilusión son la fórmula mágica que nos lleva a ese “egoísmo posesivo”.
La ilusión se acrecienta porque fantaseamos con el hecho de hacernos con nuestro objeto de deseo, con lo que su consecución parece más probable o, incluso, más lícita. En consecuencia, sólo somos capaces de regodearnos en todas las ventajas y, en el momento en que un pensamiento negativo se asoma a nuestra mente, lo eliminamos como si de un mosquito se tratara. Buscamos y planeamos la manera de conseguir nuestro objetivo y si, por casualidad, vemos que éste peligra entonces, intensificamos increíblemente los esfuerzos. ¿Para qué?
En esta vida no hay ganancias sin pérdidas. Muchas veces, conseguir lo que ansiamos nos supone perder una cantidad de recursos materiales o inmateriales que ni nos imaginamos pero que después anhelaremos. La perfección y las excelentes cualidades duran lo que tardan en aparecer los primeros inconvenientes. Esos pequeños detalles que no esperábamos porque tratamos de acallarlos, ahora nos incomodan en ese mundo de perfección que nos hemos creado. Eso significa que ya nos estamos cansando porque nos hemos saciado y comenzamos a compararlo con aquello por lo que lo cambiamos o lo que perdimos en nuestra lucha irracional. Por supuesto, siempre vamos a anhelar lo que perdimos.
El reto personal es lo que nos proporciona realmente la fuerza necesaria mientras que nosotros creemos que es el interés o lo mucho que nos gusta lo que ansiamos poseer. Por eso, una vez conseguido, se pierde toda la magia o la ilusión. Puede que lo disfrutemos durante un tiempo pero, en seguida, ya no resultará novedoso y buscaremos (o ya nos habremos planteado) nuevos retos.
Pero lo que subyace no es sólo ese reto personal de lograr todo aquello que no es para nosotros o la sensación de poder que nos invade al conseguir lo deseado. También está la necesidad de silenciar la inseguridad que nos provoca la rutina. Ver que no nos conformamos con lo primero que se nos pone delante y confirmar que seguimos teniendo un buen criterio y elegimos lo mejor en su momento. Saber que tenemos fuerza de voluntad suficiente para ponernos en marcha en cualquier momento. En definitiva, sentirnos seguros a través de nuestros logros y conquistas aunque ya no lo necesitemos. Así, poniéndonos a prueba, es como nos reafirmamos en nosotros mismos.
Lo malo no es el inconformismo que como tal es lo que nos hace avanzar y crecer. El problema es el no saber distinguir lo que realmente queremos o necesitamos de lo que es un capricho sin fundamento que a la primera de cambio vamos a dejar tirado. Porque los objetos se reparan o se recuperan pero las personas no.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Pensamiento crítico


¿Dónde quedaron aquellas clases donde las frases se representaban con letras y símbolos? Según el significado de aquellos símbolos podíamos llegar a la conclusión de si era verdad o mentira lo que analizábamos. La lógica que tan inútil nos parecía no sólo sirve para saber si Aristóteles, como todo humano, era mortal o no. Resulta que acostumbrarse a pensar de una manera lógica nos puede ayudar a ser más seguros e independientes.
Llevar a cabo un razonamiento lógico puede convertirse en algo arduo y tedioso. Pero eso sólo ocurre las primeras 5 ó 10 veces, luego sólo es difícil y, después, sale solo. El problema es precisamente éste, que es difícil de llevar a cabo porque exige mucha atención. Normalmente, no estamos tan interesados en todo lo que leemos o escuchamos como para hacer un análisis pormenorizado. Escuchamos o leemos por encima y nos hacemos una idea vaga. Así, nuestro cerebro va perdiendo práctica y cada vez da más pereza fijarse bien en lo que nos cuentan. Como al final lo que buscamos es la comodidad, esperamos que otros lo hagan por nosotros o depositamos nuestra confianza en los demás por razones más sentimentales o culturales que objetivas.
Normalmente, según nuestras preferencias o valores nos posicionamos en un lado o en otro: todo o nada, blanco o negro, izquierda o derecha, norte o sur, etc. Para infinidad de cuestiones tenemos nuestras ideas ya formadas. Pero, por un ahorro de tiempo o de esfuerzo, la mayoría de las veces nos fiamos de lo que nos dicen aquellos que consideramos afines a nosotros. Suponemos que van a defender lo que nosotros creemos y resulta que acabamos creyendo lo que ellos dicen. Es lo que nos pierde porque en esta parte entran en juego las emociones. Nos implicamos emocionalmente con lo que nos gusta (precisamente por eso nos gusta, porque nos suscita sensaciones y emociones).
Junto con la comodidad, la afectividad, es la otra gran barrera que nos impide pensar muchas veces de forma objetiva. Como nuestros sentimientos son parte de nosotros no nos pueden traicionar, con lo que podemos confiar en lo que hemos elegido. Pero en esta vida no hay nada perfecto y todo es susceptible de cambio. Paradójicamente, los seres humanos nos resistimos asombrosamente a los cambios y nos cuesta bastante esfuerzo adaptarnos.
Así, lo que nos gusta también tendrá aspectos que no nos agradan tanto y lo que no nos gusta es posible que tenga algún aspecto positivo. Esto es bastante obvio y lo reconocemos aunque nos pese. Lo que no es tan obvio es cómo nos explican a nosotros los aspectos positivos y negativos de lo que se nos ofrece.
Lo primero de todo es que no hay aspectos negativos. Criticar lo que nos gusta nos puede ayudar a mejorar. Plantear alternativas o buscar lo que nos demuestre que no tenemos razón sirve para persistir en nuestra búsqueda de lo que realmente es válido para nosotros. Tendremos la seguridad de que lo es porque al indagar y comparar llegaremos a nuestras propias conclusiones. Si nos conformamos con lo primero que aparece nuestra seguridad será mucho menor.
Lo siguiente es que los adjetivos calificativos son las palabras que ocupan la mayor parte del discurso. Para aquello que defendemos serán adjetivos extremadamente agradables y positivos mientras que aquello que rechazamos recibirá adjetivos que reflejen desprecio y lo desvaloricen.
La guinda del pastel llega con las frases circulares como esto es bueno porque es bueno. A veces no se nota porque se emplean frases muy largas en las que la atención se pierde y son imposibles de seguir. Se convierten en una sucesión de palabras encadenadas, y adornadas de adjetivos, que no llevan a ningún lado aunque parezca que sí. Al final, encontramos una retahíla de afirmaciones sin ninguna explicación verdadera y que en la forma se parecen a una serie de argumentos.
En un principio, ponernos a pensar de una manera reflexiva sobre cualquier cosa puede dar pereza pero la práctica hace todo mucho más fácil y rápido. El esfuerzo del principio se ve recompensado cuando nos sentimos capaces de pensar por nosotros mismos. No consiste en ser desconfiado sino en aprender a entresacar las ideas con las que construir nuestro verdadero sistema de valores personales. Esto es lo que nos da independencia a cada uno. Saber que lo hemos elegido y construido libremente nos aporta la seguridad que necesitamos para llevarlo a la práctica en nuestras vidas.

martes, 25 de octubre de 2011

Olfato emocional


El sentido del olfato es el sentido maldito. Lo hemos apartado de nuestras vidas sin saber la importancia que realmente merece. Actuamos como censores y todo lo que, a nuestro juicio, no huela bien debe ser eliminado. Pero, ¿quién decide qué es lo que huele bien o no?
El olor no es más que partículas y sustancias químicas que captamos a través de los receptores de nuestra nariz. De ahí, la información pasa al cerebro donde la valoramos e interpretamos.
Asimilamos el mal olor con aquello que nos resulta desagradable y nos hace poner cara de asco. En realidad, esto tiene que ver con un mecanismo de alerta. Habitualmente, cuando los alimentos huelen mal es porque están estropeados. Visualmente puede que conserven un buen aspecto pero el olor los delata y si no, pensemos en los huevos podridos. Viéndolo así, quizá no resulte tan inútil este sentido.
Existen otros olores que juzgamos como buenos o malos según lo establecido culturalmente. Por ejemplo, siempre nos perfumamos y nos aplicamos desodorante para oler bien porque, supuestamente, el olor corporal no está bien visto. Sin embargo, esto es lo que nos identifica y distingue a cada uno de nosotros. Es algo imposible de esconder o de eliminar porque forma parte de nuestra composición. De lo contrario, seríamos como Jean-Baptiste Grenouille, protagonista de “El perfume”.
Una cosa es que no nos duchemos en unos cuantos días (donde el olor toma otros tintes) y otra es el olor corporal de cada uno. Aunque no nos demos cuenta, incluso recién salidos de la ducha, desprendemos nuestras sustancias químicas propias que son las feromonas. Estas sustancias en los humanos afectan, principalmente, a los mecanismos fisiológicos como, por ejemplo, en el curioso hecho de que mujeres que trabajan o viven juntas acaban sincronizando su ciclo menstrual.
Para otras especies el sentido del olfato es muy importante porque funciona también como medio de comunicación. Interviene en conductas de agresión (marcar el territorio), sexuales (saber cuándo una hembra está en celo), etc. Nosotros poseemos otros mecanismos de comunicación bastante más complejos y no dependemos excesivamente de nuestras sustancias químicas para relacionarnos. ¿O sí?
A pesar de que para los humanos el olfato no sea un canal de comunicación esencial no significa que no esté desarrollado. Somos capaces de distinguir multitud de olores diferentes y entre múltiples intensidades y matices. El problema es que no sabemos identificarlos. Aquí es donde entra en funcionamiento el complemento de este sentido: la memoria. Desde que nacemos percibimos olores que se van almacenando en ella. A medida que vamos creciendo somos capaces de reconocer y poner nombre a muchos olores en cuanto los percibimos. Si nunca hemos estado en contacto con un olor no somos capaces de nombrarlo pero lo almacenamos en la memoria. En cuanto volvemos a entrar en contacto con esa misma sustancia, nuestros recuerdos se activan y somos capaces de distinguirla entre otras múltiples sustancias.
No sólo percibimos un olor a la vez. Cada uno de los que reconocemos está compuesto por multitud de partículas diferentes que, si fuéramos expertos, seríamos capaces de descomponer para nombrarlos uno a uno. Sabemos cómo huele nuestro perfume pero no sabríamos decir cuáles son cada una de las sustancias de las que está compuesta. Y si reconocemos un perfume familiar en otro lugar no sabremos nombrarlo más que por el nombre del producto o de la persona que lo lleva.
Esa es la característica más curiosa de este sentido. El hecho de que intervenga la memoria hace que sea un sentido emocional. Al recordar los olores los asociamos a situaciones vividas y todo el conjunto del recuerdo nos causará una emoción. Si nos transmite sensaciones positivas será porque lo asociamos a algo bueno. Probablemente, las flores nos gustan porque son bonitas pero sobre todo porque huelen bien y eso nos recuerda a la primavera y al buen tiempo. Si nos recuerda a situaciones negativas o sucesos desagradables no nos gustará y calificaremos el olor como malo. Por ejemplo, muchas personas no pueden soportar el olor de los hospitales porque les recuerda a situaciones donde lo pasaron realmente mal.
Es posible que con el olor corporal hagamos lo mismo. Si nos gusta nos llevará a acercarnos a una persona y si no nos alejará. Curiosamente también podemos recordar cómo huele algo o alguien sin necesidad de percibirlo en ese mismo momento.
Por lo general, le damos mucha importancia a nuestras emociones pero no hacemos lo mismo con el olfato. Si nos paramos a analizar lo que nos transmiten los olores nos sorprenderemos de la gran cantidad de detalles que somos capaces de recordar. Mantendremos activa la memoria y nos pondremos en contacto con muchos recuerdos y emociones que quizá creíamos que habíamos olvidado.

domingo, 9 de octubre de 2011

La necesidad del cambio


Al escuchar dejamos de ser lo que éramos. ¡Qué tontería! Si cuando escucho algo sigo siendo la misma persona, no me he convertido en nada raro. ¿De verdad seguimos siendo el mismo que escasos segundos antes? ¿Acaso no reflexionamos sobre lo que acabamos de escuchar? ¿Ni siquiera nos planteamos si es verdad o mentira? Aquello que no conocemos no nos duele ni nos crea ninguna opinión. En cambio, lo que conocemos nos enriquece y nos complementa, ya sea para contárselo a nuestros amigos como una mera anécdota ya sea para llevarnos un desengaño y perder la ingenuidad.
Javier Marías dijo de una forma bonita que las palabras hacen que nuestras conexiones neuronales se modifiquen. Pero no sólo al escuchar, también cuando hablamos, miramos, tocamos o, en una palabra, sentimos. Y es la interacción con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea la causante de los cambios que sufrimos. Digo sufrimos de manera intencionada porque ¿quién no sufre con los cambios? A todos nos cuestan y perturban en mayor o menor grado; ya sea al principio, durante o al final del proceso. La manera en que nos afectan tiene que ver con nuestra propia percepción y, ésta, determina nuestra historia personal. La interpretación que hacemos nos ayuda a que el resultado sea satisfactorio o nos tenga dando vueltas alrededor del mismo tema y alargando esa experiencia de cambio. Curiosamente, quienes menos toleran los cambios son aquellos que más alargan este proceso. Ése es uno de los motivos por los que las situaciones de transición se vuelven tan desagradables para las personas. Alargar una experiencia desagradable hace que se convierta en más desagradable aún. A su vez, esto hace que la próxima vez que nos tengamos que enfrentar a una situación parecida la percibamos también como algo negativo. Como consecuencia, la tendencia en el futuro será evitar todo lo que nos pueda perturbar. El resultado final de esta actitud es el estancamiento y el empobrecimiento personal.
Por el contrario, aquellas personas a las que les gustan los cambios están constantemente buscando ocasiones para hacer cosas nuevas. Las expectativas son totalmente distintas y se adaptan en seguida a las nuevas condiciones. No quiere decir que no les suponga un coste pero a la larga este coste se ve más que compensado.
Es cierto que un cambio supone dejar de ser como somos puesto que para adaptarnos a algo nuevo necesitamos dejar de lado otras cosas. Con el tiempo, nos vamos cargando de recuerdos y acontecimientos que pesan en la memoria y, sobre todo, en el alma. El material que vamos acumulando puede convertirse en un lastre que nos impide avanzar o, por el contrario, puede transformarse en la energía que nos ayude a seguir nuestro camino en la vida. La decisión es nuestra.
Los seres humanos somos como un puzzle. La gran ventaja que tenemos es que nuestras piezas son flexibles y moldeables. Constantemente estamos construyendo nuestra figura particular. Como es normal, las piezas se van gastando y se van deformando por el uso y el paso del tiempo. Por eso, para seguir encajando todas las piezas que nos llegan lo que hacemos es arreglar y pulir las que aún son recuperables y sustituir las que ya son irreconocibles. ¿Por qué resulta tan obvio de esta forma y en nuestra vida cotidiana no nos damos cuenta? La respuesta es muy sencilla. Porque también intercambiamos piezas con los demás. Sin querer vamos acoplando nuestros fragmentos de la manera que nos han enseñado o hemos aprendido. Si en un determinado momento cambiamos nuestro diseño original corremos el riesgo de que quien está a nuestro alrededor no nos reconozca o, incluso, ¡ni nosotros mismos! No tiene por qué llegar a ocurrir realmente sino que sólo con imaginarlo ya nos entran escalofríos. La inseguridad nos juega malas pasadas. Somos tan dependientes de nuestro alrededor que tenemos miedo de perder lo que tanto nos ha costado conseguir: la aceptación de los otros. De repente, creemos que todo el esfuerzo no sirve de nada y mejor hubiera sido quedarnos como estábamos. ¿No será que son los demás quienes no valoran nuestro esfuerzo o se sienten amenazados o temen perdernos a nosotros pero preferimos pensar que es culpa nuestra? Esto es uno de los mayores frenos de todo ser humano, la necesidad de aceptación y el miedo a perder el cariño de los que nos rodean. No nos damos cuenta de que quienes están a nuestro lado cambian con nosotros. Lo aceptamos porque, queramos o no, es inevitable y nadie nos va a preguntar si estamos de acuerdo. ¿Acaso podemos estar de acuerdo con el envejecimiento de la piel o con la aparición de las arrugas? Pues con las neuronas ocurre lo mismo. El tiempo nos va cambiando y moldeando por dentro y por fuera. Lo que vivimos hace mella en nuestra persona. Afortunadamente, gracias a la experiencia y a los cambios que la acompañan aprendemos a vivir mejor y más felices.

martes, 27 de septiembre de 2011

De qué manera aprendemos


El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Con gran decisión nos apresuramos a decir que siempre cometemos los mismos errores. Pero, ¿cuántas veces nos hemos preguntado de qué forma somos capaces de aprender? Consideramos que cualquier ocasión es buena y que de todo se puede sacar algo pero quizá nos cueste darnos cuenta de los mecanismos por los cuales aprendemos.
Desde que nacemos estamos aprendiendo. Cuando somos bebés y lloramos acude alguien para ver qué nos pasa. Lo que al principio es mecanismo de supervivencia, inconsciente, se convierte en una respuesta voluntaria que utilizamos como reclamo para llamar la atención de nuestros cuidadores. Acabamos estableciendo una asociación: “si lloramos acudirá alguien”. Parece que siendo tan pequeños no podemos aprender porque no somos conscientes de lo que hacemos. Por ese mismo razonamiento los peces de una pecera tampoco se acercarían a la superficie del agua cuando ven a la persona que les trae comida habitualmente.
Otro mecanismo del que nos valemos para resolver cuestiones un poco más complejas es lo que llamamos ensayo-error. Así es como conseguimos hacer y terminar los rompecabezas. Vamos probando cómo encajan las piezas y qué lugar les corresponde. A veces nos equivocamos y tenemos que volver a empezar o deshacer una buena parte. Ante problemas cuya solución desconocemos no tenemos más remedio que probar alternativas para ir acercándonos a la solución más aceptable. Así, también, es como aprendemos a hablar.
¿Cómo aprendemos a atarnos los cordones de los zapatos, a montar en bicicleta o a nadar? Pasamos de tenerlo todo hecho a tener que terminar nosotros la lazada y, finalmente, a arreglárnoslas solos cuando se nos desataban los cordones en el colegio. Recordemos cómo nuestra bicicleta volaba mientras nos agarraban el sillín y cómo empezaba a tambalearse hasta caernos (o casi) cuando nos soltaban. De repente, un día fuimos capaces de recorrer solos un buen trecho sin caernos y, al día siguiente, ya no necesitábamos a nadie para subirnos, arrancar, y volar con nuestra bicicleta.
Una forma muy sencilla pero que a veces se nos resiste son las instrucciones. Cuando queremos cocinar un plato especial normalmente cogemos el libro de recetas o la chuleta con la receta que nos ha pasado un amigo o nuestra madre o abuela. Al principio, es posible que no nos quede muy bien porque el hecho de seguir instrucciones parece que se nos resiste un poco. Bien por impaciencia o bien por despiste nos saltamos un paso, confundimos cantidades o mezclamos lo que no es. Pero, al cabo de unas cuantas veces, ya no necesitamos mirar la chuleta y nos sale sabrosísima sin tener que consultar la receta. Si este ejemplo no nos sirve pensemos en las ocasiones que tenemos que montar un mueble. Cuando aprendemos a conducir ocurre lo mismo; pasamos de estar pendientes de cada paso a ir automatizando cada movimiento hasta que logramos hacer un montón de movimientos a la vez sin darnos cuenta.
Del que nos olvidamos la mayoría de las veces es de la imitación. Digo que nos olvidamos porque muchas veces no somos ni siquiera conscientes de que alguien se fija en nosotros y nos toma como ejemplo. Es por eso que nos escandalizamos cuando oímos decir una palabra malsonante o soez a un niño que apenas sabe hablar. Inmediatamente alguien dice la consabida frase “¡a quién se lo habrá oído decir!”. Por lo general, solemos imitar o tomar como ejemplo a alguien que consideramos importante pero en cualquier momento podemos imitar determinado gesto, expresión, forma de actuar, etc. que nos parece interesante. Incluso, viendo a otros, podemos darnos cuenta de lo que no debemos hacer. De ahí la importancia de controlar lo que ven los niños en la televisión ya que no siempre ofrecen buenos comportamientos a seguir. Aunque nosotros sepamos discernir entre lo que se debe o no hacer, un niño no siempre comprende lo que está bien y lo que no.
Sin embargo, para que todos estos mecanismos se consoliden necesitan un paso más. Para que distingamos qué es lo correcto o bien, para que repitamos y consolidemos lo aprendido es necesario que percibamos unas consecuencias. Si obtenemos un beneficio, es decir, existe una consecuencia positiva para nosotros, repetiremos el mismo comportamiento en futuras ocasiones. En cambio, si salimos perjudicados u obtenemos unas consecuencias que consideramos negativas no volveremos a repetir lo mismo en lo sucesivo.
Después de ver las múltiples oportunidades y formas que tenemos para aprender sí cabe preguntarse:
¿Cómo es posible que el hombre sea el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra?

lunes, 19 de septiembre de 2011

Inventario de depresión de Beck (BDI)


Este es el inventario de Depresión de Beck. Fue desarrollado por Beck y Cols. en 1961 y, posteriormente revisado por los mismos en 1979. Este cuestionario revisado fue traducido y adaptado a la población española por Vázquez y Sanz en 1991. Consta de 21 preguntas que registran el estado de la persona a lo largo de la última semana. La mayoría de las cuestiones se refieren al aspecto de los pensamientos y, una pequeña parte, recoge información sobre el aspecto somático.


Señala la frase, de cada grupo de afirmaciones, que mejor refleje tu situación durante la última semana, incluyendo el día de hoy.


1.

0. No me siento triste.
1. Me siento triste.
2. Me siento triste continuamente y no puedo dejar de estarlo.
3. Me siento tan triste o desgraciado que no puedo soportarlo.

2.

0. No me siento especialmente desanimado de cara al futuro.
1. Me siento desanimado de cara al futuro.
2. Siento que no hay nada por lo que luchar.
3. El futuro es desesperanzador y las cosas no mejorarán.

3.

0. No me siento fracasado.
1. He fracasado más que la mayoría de las personas.
2. Cuando miro hacia atrás lo único que veo es un fracaso tras otro.
3. Soy un fracaso total como persona.

4.

0. Las cosas me satisfacen tanto como antes.
1. No disfruto de las cosas tanto como antes.
2. Ya no obtengo ninguna satisfacción de las cosas.
3. Estoy insatisfecho o aburrido con respecto a todo.

5.

0. No me siento especialmente culpable.
1. Me siento culpable en bastantes ocasiones.
2. Me siento culpable en la mayoría de las ocasiones.
3. Me siento culpable constantemente.

6.

0. No creo que esté siendo castigado.
1. Siento que puedo ser castigado.
2. Espero ser castigado.
3. Quiero que me castiguen.

7.

0. No estoy descontento de mí mismo.
1. Estoy descontento conmigo mismo.
2. Me avergüenzo de mi mismo.
3. Me odio.

8.

0. No me considero peor que cualquier otro.
1. Me autocritico por mi debilidad o por mis errores.
2. Continuamente me culpo por mis faltas.
3. Me culpo por todo lo malo que sucede.

9.

0. No tengo ningún pensamiento de suicidio.
1. A veces pienso en suicidarme, pero no lo haré.
2. Desearía poner fin a mi vida.
3. Me suicidaría si tuviese oportunidad.

10.

0. No lloro más de lo normal.
1. Ahora lloro más que antes.
2. Lloro continuamente.
3. No puedo dejar de llorar aunque me lo proponga.

11.

0. No estoy especialmente irritado.
1. Me molesto o irrito más fácilmente que antes.
2. Me siento irritado continuamente.
3. Ahora no me irritan en absoluto cosas que antes me molestaban.

12.

0. No he perdido el interés por los demás.
1. Estoy menos interesado en los demás que antes.
2. He perdido gran parte del interés por los demás.
3. He perdido todo interés por los demás.

13

0. tomo mis propias decisiones igual que antes.
1. Evito tomar decisiones más que antes.
2. Tomar decisiones me resulta mucho más difícil que antes.
3. Me es imposible tomar decisiones.

14.

0. No creo tener peor aspecto que antes
1. Estoy preocupado porque parezco envejecido y poco atractivo.
2. Noto cambios constantes en mi aspecto físico que me hacen parecer poco atractivo.
3. Creo que tengo un aspecto horrible.

15.

0. Trabajo igual que antes.
1. Me cuesta más esfuerzo de lo habitual comenzar a hacer algo.
2. Tengo que obligarme a mí mismo para hacer algo.
3. Soy incapaz de llevar a cabo ninguna tarea.

16.

0. Duermo tan bien como siempre.
1. No duermo tan bien como antes.
2. Me despierto una o dos horas antes de lo habitual y ya no puedo volver a dormirme.
3. Me despierto varias horas antes de lo habitual y ya no  puedo volver a dormirme.

 17.

0. No me siento más cansado de lo normal.
1. Me canso más que antes.
2. Me canso en cuanto hago cualquier cosa.
3. Estoy demasiado cansado para hacer nada.

18.

0. Mi apetito no ha disminuido.
1. No tengo tan buen apetito como antes.
2. Ahora tengo mucho menos apetito.
3. He perdido completamente el apetito.

19.

0. No he perdido peso últimamente.
1. He perdido más de 2 kilos y medio.
2. He perdido más de 4 kilos.
3. He perdido más de 7 kilos.

Estoy a dieta para adelgazar:       SÍ             NO


20.

0. No estoy preocupado por mi salud más que lo normal.
1. Me preocupan los problemas físicos como dolores, malestar de estómago, catarros, etc.
2. Me preocupan las enfermedades y me resulta difícil pensar en otras cosas.
3. Estoy tan preocupado por las enfermedades que soy incapaz de pensar en otras cosas.

21. 

0. No he observado ningún cambio reciente en mi interés por el sexo.
1. Estoy menos interesado por el sexo que antes.
2. Estoy mucho menos interesado por el sexo.
3. He perdido totalmente mi interés por el sexo.



Corrección:
Suma de todas los dígitos situados a la izquierda de cada frase que haya seleccionado. Las puntuaciones pueden oscilar entre 0 y 63 y se establecen los siguientes baremos:

No depresión:   0-9 puntos
Depresión leve:   10-18 puntos
Depresión moderada:   19-29 puntos
Depresión grave:   30 puntos

*NOTA: Las puntuaciones obtenidas no sirven para dar un diagnóstico definitivo sino que cuantifican el grado en que se presentan los síntomas. Es decir, dan una idea del estado en que se encuentra la persona. Para hacer un diagnóstico de depresión es necesario realizar una evaluación más completa.