Hace
varios años que el término red social
llegó a nuestros oídos y la hemos asimilado como algo cotidiano. Habitualmente,
utilizamos este concepto cuando hablamos de internet. Sería algo así como un tejido
hecho a base de personas las cuales configuran cada punto de unión o nudo.
Todos juntos formamos esa red que, por ser de personas, se le atribuye el
adjetivo de social.
Pero,
hace muchos más años, ese concepto ya se utilizaba para hablar de otro tipo de
relaciones que no se basaban sólo en encender el ordenador. Antes del
surgimiento y consolidación de la web y sus inventos todos contábamos con una
red social que, evidentemente, era mucho más pequeña. En este sentido, la red
social funcionaría como la red del funámbulo que protege de las caídas.
No
estoy en contra de las redes sociales en internet ni de eso tan moderno que
llamamos “web 2.0”. Es más, este tipo
de actividades también tiene sus ventajas si se sabe utilizar con un mínimo de
raciocinio e, incluso, pueden ser divertidas. De lo que me interesa hablar en
este artículo es de los que tenemos realmente cerca.
Todos,
o casi todos, podemos decir que tenemos a alguien en quien confiar; a quien
contarle nuestros secretos, preocupaciones, alegrías, miedos, y cualquier otra
cosa que consideramos importante. Normalmente, es nuestra pareja o los que
llamamos nuestros mejores amigos. Pero no sólo contamos con estas personas. También,
está nuestra familia más cercana o personas que se encuentran físicamente
cercanas a nosotros y que, en un momento dado, nos pueden echar una mano.
Todo
esto va formando una especie de anillos concéntricos que forman nuestra red
social (real). En el centro, nos
encontramos nosotros y, a nuestro alrededor, el anillo más pequeño, está formado
por quienes están más próximos a nosotros. Son los primeros a los que acudimos.
Después, están aquellos familiares y amigos con los que no tenemos tanto
contacto pero que “están ahí”. También pueden ser nuestros compañeros de
trabajo o de otras actividades. Por último, están las otras personas que
conforman nuestro entorno y con las que no tenemos una relación muy cercana
como son los conocidos, vecinos, otros compañeros de trabajo, etc.
Esta red nos protege, a veces incluso, de
nosotros mismos. Se suele decir que tener una adecuada red social (real) es
como la protección del sistema inmunológico ya que ayuda a que nos encontremos
bien. No sólo son los favores o cuidados físicos y tangibles que pueden
procurarnos estas personas sino, también, el hecho de compartir todo aquello
que es importante para nosotros.
Imaginemos
cuando tenemos un problema o estamos agobiados, cómo nos sentimos. Y cuando nos
ha ocurrido algo realmente bueno. Muchas veces sentimos que vamos a explotar si
no se lo contamos a alguien. Las alegrías se llevan muy bien en soledad pero lo
negativo puede afectar a nuestra salud mental. Por ejemplo, muchas personas
deprimidas se acaban aislando de su red social y su depresión se incrementa
porque no hablan con nadie, ni salen, ni hacen actividades agradables (solas ni
en compañía), ni sus allegados pueden ayudarlas porque no se dejan.
Paulatinamente, van perdiendo el contacto con los que se preocupan por ellos y
acaban encerrados en sí mismos soportando su propio dolor como si un alfiler
sujetara un elefante.
En
la infancia estamos constantemente rodeados de gente y tenemos infinidad de
oportunidades de establecer amistad con los iguales. A medida que vamos
creciendo, vamos reduciendo nuestras actividades y, con ello, las oportunidades
de conocer nuevas personas.
La
edad adulta es más difícil aún puesto que mucha gente cambia de residencia,
tiene hijos que ocupan la mayor parte de su tiempo y, a veces, sólo cuenta con
el trabajo como forma de relacionarse. El contexto laboral no siempre es el
mejor lugar ya que no podemos escoger a nuestros compañeros. No suele haber
muchos puntos en común, las diferencias de edad pueden ser demasiado grandes y/o
los estilos de vida incompatibles.
En
la vejez se produce el mayor riesgo de aislamiento y soledad debido a que
muchas personas tienen dificultades para desplazarse y comienzan a desaparecer las
personas cercanas.
Así
pues, es muy recomendable aprovechar y disfrutar cada oportunidad que
encontramos para establecer nuevas relaciones sociales puesto que nos fortalece
y nos ayuda a desarrollarnos como personas.
Invito
a la reflexión acerca de las propias redes sociales de cada uno. Aquellos que
conservan sus amistades desde la infancia y adolescencia pueden sentirse muy
afortunados. Mantener estos lazos a pesar de los cambios y circunstancias de la
vida, muchas veces, es un ejercicio de equilibrismo.