Gran cantidad
de personas alguna vez en su vida han pronunciado estas palabras: perdono pero no olvido.
Perdonar es
distinto de olvidar. Lo contrario de olvidar es recordar. No olvidar lo malo,
es decir, recordar lo negativo, se parece bastante al resentimiento. Y el estar
resentido significa guardar rencor.
¿De qué nos
sirve recordar lo malo que nos han hecho o que nos ha pasado? La respuesta más
sencilla es que la próxima vez estaremos más atentos y aprenderemos del daño
que nos hicieron. Realmente, esto no hace que aprendamos a fijarnos mejor ni
que seamos más listos al
relacionarnos con otras personas. Más bien, se consigue todo lo contrario, ser
desconfiados, crearnos un caparazón y poner distancia ante los demás.
El recuerdo no
es neutro, depende de las emociones. Cuando estamos deprimidos nos acordamos de
cosas tristes y cuando estamos contentos recordamos cosas alegres. En sentido
contrario sucede lo mismo. Recordar
constantemente lo negativo hace que acabemos sintiéndonos tristes y
desanimados. La relación con los demás funciona exactamente igual. Si estamos
ante una persona y recordamos momentos felices vividos con ella estaremos más a
gusto y disfrutaremos más. En cambio, si activamos en nuestra memoria imágenes
o sucesos de conflicto entonces nos pondremos a la defensiva y estaremos
esperando un ataque de esa persona. No tiene por qué ser una ofensa real, basta
con la propia interpretación de los hechos. Si estamos a la defensiva cualquier
comentario se puede traducir en un ataque frontal contra nuestro ser.
Perdonar y
guardar rencor son términos opuestos. Si perdonamos pero no olvidamos nos
estamos autoengañando. Pensar así, sólo repercute en nosotros mismos porque nos
hace daño. Si al hablar perdonamos, nuestro interlocutor se va a dar por
perdonado y, si guardamos rencor, eso nos lo quedamos dentro. Lo que no damos a
conocer no se presupone. Si es importante para nosotros, se quedará dando
vueltas en la cabeza haciéndose cada vez más grande. Lo único que conseguiremos
es quedarnos enganchados y no permitirnos avanzar. Nuestra autoestima caerá y
nos veremos envueltos en una espiral de sentimientos negativos que no deja ver
más allá de esa fábula aparte que nos hemos creado.
Reflexionemos
para ver qué es lo que realmente ocurre. Puede que no estemos satisfechos con
el comportamiento de los demás o que sus disculpas no parezcan convincentes. Es
posible que creamos que no nos comprenden y que no importamos a esa persona. Quizá
sea eso lo que nos duele, el pensar que no importamos al otro tanto como
esperábamos. Si no nos sentimos comprendidos lo mejor es hablar desde los
sentimientos. Comunicar que nos ha dolido y hacer ver que nos sentimos tristes
o decepcionados. No debemos olvidar sincerarnos y explicar claramente a qué nos
referimos para asegurarnos de que quien nos escucha pueda entendernos.
Otra
posibilidad, es que queramos que aquel que nos hizo daño sufra ahora como
nosotros lo hicimos antes. Esto es venganza. Sólo sirve para alimentar
sentimientos negativos. Por este medio, no conseguiremos que nos comprendan ni
que sepan o comprueben cómo nos hemos sentido. Tampoco nos sentiremos
satisfechos porque nunca consideraremos que hayan sufrido igual que nosotros.
Por último,
tenemos la opción de sincerarnos con uno mismo y preguntarnos si somos capaces
de asumir y aceptar la situación. Seguramente, tengamos la idea de que un amigo
nunca falla y, mucho menos, hace daño porque nos aprecia. Implícitamente,
creemos que si ha fallado en una ocasión es que no era tan buen amigo y, además,
volverá a fallarnos. De esto se deriva que ya no se puede confiar en esa
persona y más vale estar en guardia la próxima vez. Llevado al extremo,
encierra un pensamiento mucho más profundo y muy poco racional. Si las personas más cercanas nos hacen
sufrir es que no tenemos a nadie en quien apoyarnos y, eso significa, que
estamos solos.
La clave es
sentirnos a gusto con nosotros mismos. No podemos controlar lo que los demás
hacen pero sí conocer nuestros sentimientos y uno de ellos es el rencor. Los
sentimientos negativos también son necesarios, gracias a ellos podemos sentir
también los positivos. Si no conocemos el dolor no sabremos reconocer la
felicidad y el bienestar. Pero empeñarnos en recordar todo lo negativo es
perjudicial porque nos paraliza y no nos permite seguir adelante. Se convierte
en un lastre innecesario que afecta a nuestras relaciones interpersonales.
Dejándonos llevar por este lastre es cuando sí corremos el riesgo de quedarnos
solos porque somos nosotros mismos quienes nos auto-apartamos del mundo que nos
rodea.