miércoles, 24 de octubre de 2012

La menopausia




La pesadilla de las mujeres (y de los hombres) es envejecer. Parece que las arrugas son el signo más visible y en lo primero que nos fijamos cuando vemos al resto de las mujeres.
En realidad, este es el menor de los cambios que experimenta una mujer a lo largo de su vida. El paso del tiempo es ineludible y a todos nos afecta desde que nacemos. Quizá uno de los momentos más importantes para las mujeres es la llegada de la menopausia.
En torno a los cuarenta y cinco años llega un momento en el que comienza a alterarse la menstruación. Aparecen señas en el cuerpo que indican un nuevo cambio y esta vez mucho más marcado. De repente la temperatura corporal se altera y se siente un calor agobiante que hace enrojecer en muchas ocasiones y que no deja dormir en gran cantidad de noches. La menopausia consiste en un cambio hormonal que efectivamente afecta a nuestro cuerpo y a nuestra mente. Indica el fin de la edad fértil pero no es el fin de nada más.
Aunque los cambios sean más visibles porque se dan mucho más rápido que el resto de las transformaciones que sufre nuestro organismo no significa que sean terribles. Probablemente aumente el peso corporal y será más difícil volver a perderlo porque la piel y los músculos no son tan flexibles como antes. El flujo vaginal se verá reducido y será importante tenerlo en cuenta a la hora de tener relaciones sexuales.
El aumento de peso se puede controlar con una dieta equilibrada y con ejercicio físico que, además, activa el cuerpo ayuda a que se mantenga flexible. Y la sequedad vaginal se puede combatir perfectamente con lubricantes que pueden aportar un nuevo aliciente a los momentos íntimos con la pareja.
Uno de los puntos más importantes será la prevención de la osteoporosis, ya que a partir de este momento ya no se retiene el calcio como antes y se pierde mayor cantidad de la que se aporta. Esta es otra razón importante para cuidar la alimentación.
Los cambios hormonales puede que afecten también al estado de ánimo volviéndose más sensible y susceptible pero no es lo que determina que una mujer en plena menopausia caiga en depresión o se sienta más ansiosa que de costumbre.
La razón por la que ocurre esto es por el hecho de ver que ya no es tan joven y que los cambios parecen llegar a una velocidad vertiginosa. Aunque se sepa el proceso es diferente el conocimiento a sentirlo en el propio cuerpo. Se necesita tiempo para asimilar todos estos cambios y ver que sigue siendo la misma.
Puede aparecer el temor a no ser tan deseada por la pareja y sentirse fea, gorda y vieja. ¿Pero acaso ese mismo pensamiento no lo tuvieron las que estuvieron embarazadas? ¿Y qué fue lo que ocurrió?
La sequedad vaginal puede afectar a las relaciones sexuales volviéndose todo un poco más lento. Si esto se percibe como algo muy negativo se convertirá en una obsesión y generará ansiedad, lo que dificultará un verdadero disfrute. Pero no será debido a la parte física sino a la psicológica. Con ello, crecerá la inseguridad y se complementará con las dudas acerca de su atractivo físico. Si nos dejamos llevar se convertirá en una espiral negativa que nos sumirá en la depresión y creeremos que no valemos nada.
En realidad podría ser un buen momento para aprovechar a mimarse un poco más. Ya no existen tantas obligaciones en casa puesto que los hijos, si los hay o si viven en casa, ya son mayores y no necesitan atención constante. Es una gran ocasión para retomar aquellas cosas que se quedaron apartadas en la juventud por falta de tiempo y para darse pequeños (¡o grandes!) caprichos que hacen que cada día sea algo más especial.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Redes sociales e hijos



Con la llegada de las redes sociales todos estamos en la red. Parece que quedan muy pocas personas que aún no pertenecen a una red social porque pensamos que eso nos ayuda a estar conectados e informados. O eso creemos…
Todos tenemos amigos que tienen otros amigos que también conocemos nosotros y por eso al final en la red “todos somos amigos”. Por lo general, estamos conectados con nuestro entorno más cercano y dentro de ese entorno también se encuentra la familia. La cuestión es que quienes tienen hijos que más o menos se sitúan entre los doce y los “veinte y algún” años pueden experimentar conflictos.
Los adolescentes no suelen cuidar mucho la privacidad de este tipo de sitios porque creen que cuanta más gente les vea más gente les va a conocer y más probable es que su popularidad en internet suba. Y es que esta es la debilidad del adolescente, la constante necesidad de aceptación y valoración de su persona.
Por tanto si no cuidan demasiado su privacidad significa que cualquier persona puede acceder a su información más personal, incluidos los padres. Lo más seguro es que pensemos que es perfecto estar conectado con un hijo o hija para poder ver de cerca sus movimientos y así poder protegerlos en caso de que sea necesario. Creemos que es un medio poco seguro y que pueden hacerles daño, especialmente a los más pequeños. Esto es cierto pero, en realidad, ¿quién es el que se siente más inseguro en esta situación: los padres o los hijos? ¿No sería mejor que les enseñásemos cómo guardar su intimidad y cómo ajustar el nivel de seguridad en la web?
Es muy probable que los hijos no quieran compartir su red con sus padres porque sospechan o les da reparo que puedan ver qué es lo que hacen o piensan. En un mundo en que se sienten incomprendidos lo más fácil es que no quieran estar rodeados más que de quienes creen que sí les apoyan, por lo general sus amigos. Aunque después hagan cosas tan contradictorias como hacer público todo lo que publican en la red.
A pesar de que un padre o una madre tengan información tan atractiva a su alcance es mejor cuidar la manera de acercarse a sus hijos. A veces, la información que pueda colgar un adolescente o un joven no siempre es totalmente veraz o no lo es de la misma manera que nosotros lo interpretamos. Para los adolescentes las metáforas y los códigos tienen significados especiales o a veces pseudo-jergas que puede inducir a error. Es aconsejable no alarmarse porque se puede provocar un daño irreversible a la confianza de los hijos. Y aunque la información que hayan publicado sea real e inquietante es mejor no poner el grito en el cielo porque así se cortarán los canales de comunicación de inmediato.
Si se mantiene una correcta comunicación, tolerante y empática, con el joven durante todo el tiempo se conseguirá sembrar la confianza entre ambas partes. Los hijos podrán expresarse libremente sin miedo a ser censurados, juzgados o interrogados. Sabrán que si tienen cualquier problema podrán acudir a sus padres con la seguridad de serán apoyados pase lo que pase. Igualmente, los padres con un poco de tacto podrán sacar temas de conversación delicados sin miedo a que su hijo se cierre en banda y les acuse de “meterse en su vida”.
En cambio si a la mínima noticia “preocupante” uno va corriendo a exigir explicaciones se va a encontrar con una puerta cerrada que quizá hace mucho tiempo que no abre. Como todas las puertas que no se utilizan chirriarán y costará mucho esfuerzo pasar al otro lado y no está garantizado que se consiga. Y es que cuando se permanece expectante, sin involucrarse en algo, no se puede pedir tener los mismos derechos que quien está día a día al pie del cañón.

lunes, 15 de octubre de 2012

El cambio de roles familiares



El acceso de la mujer al mercado laboral en nuestro país ha sido un logro que ha costado mucho esfuerzo y sacrificio. A fecha de hoy, como es bien sabido, aún no se ha logrado la igualdad plena en cuanto a salario y a las oportunidades de acceso a determinados puestos.
En la época de bonanza económica se llegó a la situación en la que en una pareja trabajaban los dos miembros de ésta. Aunque hubiese diferencia de salario tampoco se apreciaba en exceso puesto que había una buena solvencia en la casa. Actualmente es casi una utopía que en la pareja trabajen los dos; más bien, con suerte, trabaja uno de ellos. ¿Qué ocurre cuando la que conserva su empleo es la mujer?
Por un lado, se cambian los roles de la familia tradicional, que ya era hora. Pero por otro, en muchos casos, el cambio se convierte en una acumulación de roles para la mujer. El hombre, acostumbrado a ser el sustentador de la familia, ahora se encuentra sin un quehacer y ve su valía mermada. Pierde las rutinas diarias y no encuentra una gratificación a sus tareas.
Habitualmente, se solía tomar el sueldo de la mujer como algo extra puesto que en la mayoría de los casos la cuantía más elevada la aportaba el hombre. Ahora, la mujer se ve como única sustentadora económica de la familia. Es quien puede aportar los recursos para llegar a fin de mes y lo demás, si lo hay, es la parte extra.
Mientras que a lo largo del tiempo se les ha negado esta responsabilidad a ellas ahora les viene impuesta por la necesidad. La adaptación al cambio es costosa puesto que deben asumir su nuevo rol a marchas forzadas pero, además, no se les permite desligarse así como así de su rol “tradicional” de cuidadora familiar y ama de casa.
Así, muchas se encuentran con el temor a perder el trabajo y dejar sin nada a los que dependen de ella. Además, si el cambio ha sido muy brusco y no se ha establecido bien el reparto de tareas al llegar a casa, cansada después un largo día, es posible que nos encontremos con una pareja deprimida que se pasa las horas intentando adaptarse a su nuevo lugar y a su nuevo rol. Si el otro miembro de la pareja aún tiene en su conciencia que las tareas de casa no son satisfactorias y que suponen rebajar su estima y su orgullo la mujer se encontrará a su vuelta del trabajo la casa igual que ella la dejó. Y esto en el mejor de los casos.
El marido apelará al reparto de tareas y a que debe buscar trabajo y que si se dedica a la casa no le queda tiempo suficiente. Si, además, hay hijos en el entorno familiar la situación se complica puesto que, sobre todo si son pequeños, alguien ha de hacerse cargo de ellos.
Si no se tiene cuidado y se establecen unos límites adecuados se corre el peligro de que el hombre acabe sumido en una depresión en la que no sea capaz de salir de casa a buscar un nuevo empleo porque cree que ya ha tanteado todas las alternativas. O bien, que comience a esconder sus problemas en el consumo de alcohol u otras sustancias.
Por su parte, la mujer puede terminar acumulando los roles de los dos miembros de la pareja: sustentadora económica de la familia, cuidadora única y ama de casa. El estrés por la falta de tiempo, la preocupación por su pareja que comienza un declive anunciado y el agobio por no saber cuánto va a aguantar en su puesto de trabajo pueden hacer que la situación sea insostenible en el entorno familiar.
Para evitar este tipo de situaciones desagradables lo mejor es reorganizar la estructura familiar. Hacer un recuento de las tareas a realizar y dividirlas en función del tiempo disponible de cada uno de los miembros de la familia. Tanto hombres como mujeres hemos de asumir que los roles no se corresponden con el sexo genético y que ocuparse de la casa no es deshonroso en absoluto. Ver todo de manera global y concienciarse de que cada uno aporta lo que está en su mano de la mejor manera posible para que la familia funcione. Un hombre no es menos hombre por fregar los platos o limpiar el baño ni tampoco es una catástrofe que alguien nos eche una mano económicamente hablando cuando no queda más remedio.
Si una familia funciona sin desafíos ni luchas de poder o de roles todos los miembros asimilarán que su valía es igual a la de los demás y funcionará sin grandes conflictos que hagan quebrar la estabilidad y la seguridad de los más débiles, los hijos.

domingo, 7 de octubre de 2012

Me siento feo, inútil y antipático.



Todos alguna vez nos levantamos con el pie izquierdo. A todos se nos cruza algún día desde que despegamos la cara de la almohada. Nos miramos al espejo y parece que quien se refleja es la cara de la Medusa. Estamos tan feos que no nos imaginamos salir a la calle y sonreírle a alguien porque se espantaría a la primera de cambio. Creemos que es mejor dejar nuestra cara de patata y enfilar la calle sin mirar a nadie “por lo que pueda pasar”. Y lo que pasa, realmente, es que vamos encerrados en nuestra propia burbuja desde la que lo vemos todo negro. Fuera todo sigue igual, si hay sol sigue brillando, si llueve siguen cayendo las gotas, la vida sigue su curso.
Poco a poco, cada una de las cosas que hacemos por rutina nos va minando y nos molesta hasta que nos hablen. Durante todo el día nos sentimos tan cansados, o más, que la noche anterior cuando nos íbamos a la cama. Alguien en nuestra cabeza parece que nos da martillazos y la garganta o el estómago se nos cierran en un nudo imposible de deshacer. Y no, no tenemos resaca.
Como no somos capaces de dejar de pensar en que nos encontramos mal nuestra mente empieza a enturbiarse como si la niebla nos cubriera por completo. Al ser una sensación tan difusa y molesta sólo queremos que se pase pronto el día para que desaparezca ese estado tan agobiante. Lejos de conseguir un alivio, lo único que conseguimos es que el tiempo pase mucho más despacio y concentrarnos mucho más en nuestras incómodas sensaciones físicas. Si por algún descuido nos olvidamos y pensamos en otra cosa, de repente, nos damos cuenta de que parece que el malestar se ha ido. Por eso, para asegurarnos, hacemos un autoexamen concienzudo que nos confirme que era un despiste y que ese malestar sigue ahí. “Si hoy tengo el día cruzado lo mejor es terminarlo igual y ¡cuanto más pronto mejor! Porque las cosas que empiezan mal terminan igual o peor.
Ante una mente tan obcecada lo único que no vamos a conseguir es ver ni un solo punto de claridad, más bien todo lo contrario. Puestos a pensar en nuestro nefasto día, ¿por qué no cambiar la dirección de nuestro pensamiento? Si ya hemos comprobado que pensar que tenemos un mal día y que no nos sentimos bien no nos aporta nada, quizá, sea el momento de pararnos a reflexionar. Echemos un vistazo a los últimos días o incluso en las dos últimas semanas. Al repasar lo que hemos hecho o nos ha ocurrido es posible que encontremos el por qué de nuestro día. Esto no significa que tiene que haber un suceso lógico y objetivo. Más bien, es posible que estemos atravesando una época de mucho estrés o que nuestros proyectos o deseos no lleven el camino que quisiéramos. Puede que nos demos cuenta de que tenemos tantas cosas pendientes que sin querer, nos hayamos atascado. No todo se puede hacer a la vez.
Por otro lado, es posible que si nos sentimos agobiados nos encontremos más susceptibles y, en seguida, nos afecten los roces que tengamos con otras personas. Como el discutir también nos revuelve por dentro nos hará sentir que no somos muy agradables y que siempre estamos de mal humor. Así pues, centrándonos en los sucesos negativos lo que conseguiremos es confirmar que todo lo hacemos mal. Esta tarea es inútil porque no nos lleva a nada más que a empeorar la situación.
Si ya sabemos qué nos ocurre, o tenemos una ligera idea, ya habremos abierto un poco nuestro campo de visión. Ahora, podemos empezar a pensar, seriamente, en todo lo que hemos hecho. Veremos que también hacemos cosas que nos aportan sentimientos positivos. Lo más probable es que no hayamos sido desagradables todo el tiempo y, que no hayamos hecho algo bien, no significa que todo esté mal.
Cuando estamos tan cerrados en nosotros mismos lo mejor es recordar todas las cosas que hemos hecho durante el día y valorar cuánto nos cuesta llevarlas a cabo. Intentando ser objetivos, veremos que al estar tan acostumbrados a determinadas tareas, la mayoría de las veces, pasan desapercibidas para nosotros mismos. Por eso, valorar nuestros esfuerzos diarios, a veces, es una tarea obligada.

jueves, 4 de octubre de 2012

Las mujeres no se quieren casar y a los hombres les duele la cabeza.



“Muchos mamíferos sólo copulan una vez con cada pareja sexual. Por ejemplo, los toros no vuelven a copular con la misma vaca o les cuesta mucho mientras que, si a continuación se les presenta otra diferente, no necesitan pasar por un periodo refractario”.
Este tipo de estudios se han convertido en un chiste machista de pésimo gusto que utilizan, aplicado a sí mismos, aquellos que no saben que también ocurre al revés. Es indiscutible que la novedad nos gusta a todos, sea en el ámbito que sea, en el destino de las vacaciones, en lo que comemos a diario y… cómo no, en el contexto sexual también. Cuando hacemos un trabajo repetitivo nos cansamos mucho antes que si cambiáramos de tarea con frecuencia porque el cambio nos ayuda a mantener la atención y el interés.
En la vida de pareja ocurre lo mismo, es necesario ser creativos y variados para mantener el interés pero no sólo eso. ¿Qué fue del mito del dolor de cabeza de las mujeres por las noches? Es posible, que ahora les duela la cabeza más a los hombres que a las mujeres. Esto no tiene que ver con la variedad sino con otras cosas más importantes.
Hace varias décadas la esposa debía servir a los antojos de sus maridos y debía ser para él poco más que un objeto despojado de gustos, apetencias y derechos. Por eso, la única manera de eludir sus obligaciones era su indisposición física. Probablemente, la frecuencia fuera escasa puesto que algo que se convierte en una obligación deja de ser satisfactorio.
Ahora, resulta que el sexo ya no es pecado ni tabú y las mujeres se han vuelto resistentes a las cefaleas. ¿Qué es lo que está ocurriendo? Las mujeres ya no son objeto de desahogo, reivindican sus deseos y hacen valer sus derechos, entre ellos, el derecho al placer. El sexo femenino se ha liberado de arcaicos mitos machistas y busca la satisfacción y la realización personal. Al desaparecer la relación sexo-pecado, aumenta la frecuencia de las relaciones sexuales y las mujeres se convierten en sujetos activos en la búsqueda de estos encuentros. Es comprensible que por ello, a veces, los hombres se vean desbordados ante las peticiones del otro sexo. Sería en este punto donde entraría en juego la variedad para mantener el interés.
Unido a esto, con el tiempo, llega la consolidación de la pareja. Antes, el noviazgo casto y recatado era la norma, por no decir la ley, y sin boda no había nada. Ahora, la ventaja es que se puede probar primero y después decidir (el problema, para algunos, es que la decisión no es la que esperan).
El matrimonio era la única posibilidad para formar una familia y ser decente. Sobre todo, eran ellas las que tenían menos oportunidades. Y todo ello por mantener la decencia y por la imposibilidad de conseguir ser independiente de los padres si no era pasando a ser dependiente de su esposo. Los roles estaban claros: él llevaba el dinero a casa y ella se ocupaba de cuidar del marido y de los hijos. La presión social y la dependencia económica lo ponían todo en su sitio. Los hombres podían mantener más o menos, la misma vida que si estuvieran solteros y tampoco estaba muy bien visto ser un sentimental porque eso era cosa del sexo débil.
El cambio social no sólo ha traído la liberación de la mujer, también la del hombre. Aunque a muchos les cueste, para otros es un alivio poder mostrar sus sentimientos y hablar de sus emociones. La liberación de la mujer también conlleva el acceso al mundo laboral y, con ello, la independencia económica. Por tanto, ya no está supeditada a encontrar un buen marido para sobrevivir y su trabajo tampoco es el de dar hijos a su marido. La independencia económica le permite vivir sola o acompañada, como decida, y puede ser mucho más exigente a la hora de buscar un compañero con quien compartir su vida.
El matrimonio queda ahora en una necesidad burocrática o en un acto romántico. Curiosamente, ellas ya no necesitan el matrimonio como antaño y prefieren otros actos románticos. En cambio, a muchos de ellos, en parte por su liberación emocional, parece hacerles ilusión pasar por el altar, el juzgado o el ayuntamiento.
Así que a la pregunta de por qué ellas no quieren casarse y por qué a ellos les duele la cabeza hay una respuesta muy sencilla: la liberación de la mujer.