lunes, 15 de octubre de 2012

El cambio de roles familiares



El acceso de la mujer al mercado laboral en nuestro país ha sido un logro que ha costado mucho esfuerzo y sacrificio. A fecha de hoy, como es bien sabido, aún no se ha logrado la igualdad plena en cuanto a salario y a las oportunidades de acceso a determinados puestos.
En la época de bonanza económica se llegó a la situación en la que en una pareja trabajaban los dos miembros de ésta. Aunque hubiese diferencia de salario tampoco se apreciaba en exceso puesto que había una buena solvencia en la casa. Actualmente es casi una utopía que en la pareja trabajen los dos; más bien, con suerte, trabaja uno de ellos. ¿Qué ocurre cuando la que conserva su empleo es la mujer?
Por un lado, se cambian los roles de la familia tradicional, que ya era hora. Pero por otro, en muchos casos, el cambio se convierte en una acumulación de roles para la mujer. El hombre, acostumbrado a ser el sustentador de la familia, ahora se encuentra sin un quehacer y ve su valía mermada. Pierde las rutinas diarias y no encuentra una gratificación a sus tareas.
Habitualmente, se solía tomar el sueldo de la mujer como algo extra puesto que en la mayoría de los casos la cuantía más elevada la aportaba el hombre. Ahora, la mujer se ve como única sustentadora económica de la familia. Es quien puede aportar los recursos para llegar a fin de mes y lo demás, si lo hay, es la parte extra.
Mientras que a lo largo del tiempo se les ha negado esta responsabilidad a ellas ahora les viene impuesta por la necesidad. La adaptación al cambio es costosa puesto que deben asumir su nuevo rol a marchas forzadas pero, además, no se les permite desligarse así como así de su rol “tradicional” de cuidadora familiar y ama de casa.
Así, muchas se encuentran con el temor a perder el trabajo y dejar sin nada a los que dependen de ella. Además, si el cambio ha sido muy brusco y no se ha establecido bien el reparto de tareas al llegar a casa, cansada después un largo día, es posible que nos encontremos con una pareja deprimida que se pasa las horas intentando adaptarse a su nuevo lugar y a su nuevo rol. Si el otro miembro de la pareja aún tiene en su conciencia que las tareas de casa no son satisfactorias y que suponen rebajar su estima y su orgullo la mujer se encontrará a su vuelta del trabajo la casa igual que ella la dejó. Y esto en el mejor de los casos.
El marido apelará al reparto de tareas y a que debe buscar trabajo y que si se dedica a la casa no le queda tiempo suficiente. Si, además, hay hijos en el entorno familiar la situación se complica puesto que, sobre todo si son pequeños, alguien ha de hacerse cargo de ellos.
Si no se tiene cuidado y se establecen unos límites adecuados se corre el peligro de que el hombre acabe sumido en una depresión en la que no sea capaz de salir de casa a buscar un nuevo empleo porque cree que ya ha tanteado todas las alternativas. O bien, que comience a esconder sus problemas en el consumo de alcohol u otras sustancias.
Por su parte, la mujer puede terminar acumulando los roles de los dos miembros de la pareja: sustentadora económica de la familia, cuidadora única y ama de casa. El estrés por la falta de tiempo, la preocupación por su pareja que comienza un declive anunciado y el agobio por no saber cuánto va a aguantar en su puesto de trabajo pueden hacer que la situación sea insostenible en el entorno familiar.
Para evitar este tipo de situaciones desagradables lo mejor es reorganizar la estructura familiar. Hacer un recuento de las tareas a realizar y dividirlas en función del tiempo disponible de cada uno de los miembros de la familia. Tanto hombres como mujeres hemos de asumir que los roles no se corresponden con el sexo genético y que ocuparse de la casa no es deshonroso en absoluto. Ver todo de manera global y concienciarse de que cada uno aporta lo que está en su mano de la mejor manera posible para que la familia funcione. Un hombre no es menos hombre por fregar los platos o limpiar el baño ni tampoco es una catástrofe que alguien nos eche una mano económicamente hablando cuando no queda más remedio.
Si una familia funciona sin desafíos ni luchas de poder o de roles todos los miembros asimilarán que su valía es igual a la de los demás y funcionará sin grandes conflictos que hagan quebrar la estabilidad y la seguridad de los más débiles, los hijos.

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