¿Quién
es el que decide que estamos enfermos o que tenemos un problema?
Normalmente
esperamos a que nos hagan un diagnóstico y nos digan qué es lo que nos pasa y
lo que tenemos que hacer para superarlo. Pero para que alguien especializado
nos diga esto primero somos nosotros los que decidimos que no nos encontramos
bien. A veces, son los familiares o amigos quienes nos obligan (literal o
metafóricamente hablando) a consultar un especialista. En este caso, lo que
ocurre es que la mayoría de las veces no sirve de nada porque estamos
convencidos de que no nos ocurre nada y no tomamos ninguna medida.
La
primera persona que decide que no está bien somos nosotros mismos. Es posible
que quienes están a nuestro alrededor se den cuenta de que algo falla pero
mientras no nos demos cuenta o tomemos conciencia de la situación no haremos
nada. Lo vemos como tomarse una aspirina sin que nos duela la cabeza.
Normalmente nadie lo hace. Pensemos en el hábito de fumar. Si el fumador no se
da cuenta de que tiene un problema no tomará ninguna medida porque no considera
que tenga que cambiar nada en su vida. Todo está bien tal y como está.
Hay
otra cuestión para no querer “curarse”.
Es el coste que tienen los cambios o los cuidados en relación al beneficio que
se percibe. Por ejemplo, los fumadores diagnosticados de cáncer de pulmón,
garganta, etc. Muchas personas, sobre todo mayores, se niegan a abandonar el
hábito porque no creen que les suponga ningún beneficio. Prefieren morir con su
cáncer y fumando. Suponen que iniciar el proceso de dejar de fumar les va a
resultar muy duro y conllevará grandes dosis de sufrimiento. Además, eso no les
asegura una recuperación y, aunque así sea, creen que aunque se recuperen lo
van a seguir pasando muy mal. En algunas ocasiones, cuando la persona es muy
mayor cree que de todos modos no va a vivir tanto como para amortizar el
esfuerzo y el sufrimiento que esto le ha supuesto. Lo único que se podría hacer
al respecto es motivar a estas personas haciéndoles ver que los beneficios son
mucho mayores que los esfuerzos o la pérdida. Todo ello sin presionar y de
forma que sea la propia persona la que se convenza.
Aún
queda otra cuestión. ¿Qué ocurre cuando la persona lo está pasando muy mal, es
consciente de que tiene un problema y toma las medidas necesarias para mejorar
pero no se vislumbra ningún avance? Parece como si la persona estuviera
atascada. Habría que revisar todo el tratamiento o las medidas que se están
tomando. Si todo es correcto es posible que sea la propia persona quien impide
la mejora. Puede que se esté dando lo que se denomina “ganancia secundaria de la enfermedad”. Por lo general, esto se hace
inconscientemente y la persona aunque cree que hace todo lo posible por
mejorar, en realidad, no es así. Indagando un poco nos daremos cuenta de que no
se compromete lo suficiente porque se olvida o tiene dudas porque cree que no
lo entiende, pone excusas, etc. La explicación podría ser la misma, el balance
de costes y beneficios pero de otra forma. En este caso los beneficios se están
consiguiendo durante la enfermedad o el problema que le afecta. Por supuesto,
le gustaría estar bien pero sabe que perderá algunas ventajas cuando mejore.
Los aspectos positivos del rol de enfermo superan a las incomodidades. La
atención que se le presta, los cuidados y el cariño que recibe, las comodidades
que tiene, las responsabilidades de las que se le exime, incluso, los
beneficios económicos. Una persona que siempre ha dependido de alguien para
realizar sus actividades cotidianas y de repente ve que puede hacerlo sola
siente que corre el riesgo de quedarse sin compañía y de que sus necesidades
afectivas ya no se cubran. Existen dos polos opuestos; el lado positivo de que
todo el mundo visite al que está convaleciente y el otro lado de la moneda
cuando se queda solo porque ya está bien.
Esto
no suele ser real porque las necesidades van cambiando y, según nuestras
capacidades, buscaremos los aspectos positivos que llenan nuestra vida para
adaptarnos a la nueva situación. Esto es lo que falla en quienes manifiestan esa
ganancia secundaria. No son capaces de adaptarse a las nuevas situaciones y
creen que el futuro será muy negativo y sin ninguna recompensa.
Subyace
a esto una baja autoestima y una necesidad de afecto que se demanda de forma
perjudicial porque se consolida una dinámica en la que la única “valía” de la
persona es estar enferma. Desde la otra parte, lo mejor que podemos hacer es
esforzarnos por valorar las mejoras y fomentar el esfuerzo y la lucha por salir
del problema y valerse por uno mismo.