miércoles, 27 de febrero de 2013

La profecía autocumplida



La profecía autocumplida es una creencia que tenemos acerca de algo, de alguien o de nosotros mismos y que se acaba haciendo realidad.
Nos cuesta creer que nuestros deseos se puedan hacer realidad, de hecho lo vemos como algo imposible. Sin embargo, sin darnos cuenta, nos pasamos gran cantidad de tiempo propiciando las condiciones para que se cumplan y, además, somos maestros en conseguirlos. Lo que pasa es que cuando se cumplen no nos damos cuenta de que lo hemos deseado.
Un deseo es una creencia sobre la posibilidad de que algo ocurra. Normalmente atribuimos a la palabra deseo un sentido positivo o pensamos que es algo que nos beneficia y, lo acompañamos de la convicción de poder controlar lo necesario para que se haga realidad. Por esa razón, ponemos de nuestra parte lo indispensable y que facilite unas condiciones idóneas para que finalmente se cumpla.
Ahora bien, si pensamos que algo malo va a pasar dirigiremos toda nuestra atención a buscar todas las evidencias que justifiquen que algo malo va a ocurrir, aunque sólo sea por estar preparados. Además, si nuestra atención está puesta en aspectos negativos nosotros mismos también tendremos una actitud negativa que dificultará que valoremos acontecimientos positivos porque no están en el campo donde hemos puesto nuestro filtro de atención. Con lo cual comenzaremos a elaborar una lista de acontecimientos negativos y que confirmarán lo que pensamos en un principio y actuaremos de acuerdo a estos sucesos con lo que el clima negativo se extenderá sin querer.
¿Cómo nos afecta personalmente a nosotros? De dos maneras distintas: mediante lo que creemos de nosotros mismos y mediante lo que los demás creen de nosotros. Si siento inseguridad acerca de si puedo lograr algo estaré a la expectativa de si seré capaz o no, es decir, tendré dudas acerca de mis cualidades. Si lo logro puede que sea por mis capacidades pero también puede que haya sido suerte o que fuera algo muy fácil. Si no lo consigo creeré que fracasé únicamente por mi causa y me sentiré un inútil con lo que esa idea quedará subyacente para la próxima vez que intente hacer algo.
Por otro lado, si una persona significativa para mi (por ejemplo un familiar, la pareja, los amigos) tiene un concepto acerca de cómo soy me importará su opinión e intentaré conservar su aceptación y su afecto. Por ejemplo, si cree que soy una persona arisca sentiré la presión de demostrar que no es así. Estaré constantemente vigilando mi comportamiento lo que me creará mucha tensión y estrés que si no logro controlar acabará por sobrepasarme corriendo el riesgo de caer en una explosión de ira. Y una vez más se habrá confirmado esa creencia.
Además, si los demás tienen una idea preconcebida sobre nosotros se comportarán de acuerdo a ese concepto. Esto son los prejuicios. Si creemos que los ancianos no oyen les hablaremos dándoles voces sin ser conscientes de que nuestra voz puede sonar chirriante cuando gritamos. Si no nos entienden lo atribuiremos a que no oyen bien no a que al elevar la voz la distorsionamos.
Otra muestra, es que si creemos que las mujeres son personas débiles e inseguras las trataremos con delicadeza y una actitud protectora y ellas responderán, a su vez, de una manera acorde confirmando ese prejuicio. Si esto lo encuadramos en una entrevista de trabajo consideraremos que esa cualidad no es válida para determinados puestos y serán excluidas del proceso de selección. Mientras tanto, puede que a un candidato varón le atribuyamos firmeza y seguridad y lo trataremos de acuerdo a esta presuposición a lo cual responderá de la misma forma. ¡Y todo esto variando tan sólo el tono con el que nos dirijamos a ellas o a ellos!
Pero la ventaja que tiene la profecía autocumplida es que también la podemos utilizar a nuestro favor. Retomando el concepto de deseo y con lo explicado hasta aquí, es fácil deducir que si creo firmemente que puedo hacer realidad mi sueño haré todo lo que está en mi mano con una actitud positiva desde el inicio y si no lo logro no será exclusivamente a causa de mi ineficacia.
Como bien dijo Henry Ford: "Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto."
Os animo a reflexionar sobre este supuesto práctico para comprender cómo la profecía autocumplida puede llegar a ser algo muy sutil: http://psicobsm.com/2013/02/26/un-joven-sospechoso

miércoles, 20 de febrero de 2013

¿Qué es un psicólogo?



La palabra psicólogo, etimológicamente hablando, significaría algo así como conocedor de la mente. Proviene de Psico (alma o actividad de la mente) y Logos (conocimiento). Esto es lo que hace que muchos crean que un psicólogo sabe lo que los demás están pensando pero nada más lejos de la realidad.
El psicólogo, entre otras muchas cosas, es alguien que estudia a la persona en su entorno y su relación con éste. Recoge datos acerca de cómo se comporta, cómo piensa y lo que dice para entender por qué lo hace y, así, intentar predecir cómo serán sus reacciones en situaciones futuras semejantes. Con toda esta información también puede detectar formas disfuncionales de relacionarse consigo mismo, con los demás y con su entorno y ayudar a cambiarlas para que la persona se sienta mejor.
Un psicólogo no lee la mente de nadie y tampoco es una persona seria que se sienta en una silla y escucha la vida de los que acuden a consulta con cara de póquer. Es, más bien, una especie de asesor, conductor o guía emocional que ofrece pautas para tener una visión más ajustada de la realidad, aprender a regular las emociones mejor y afrontar la vida de una manera más satisfactoria y adaptada a las necesidades o a las metas personales.
No es un mago que toca con su varita mágica y transforma a la persona sino que ayuda en el cambio personal de quienes lo deciden. Enseña a afrontar y resolver problemas y dificultades que acontecen en la vida para que puedan enfrentarse a nuevas situaciones con un resultado satisfactorio.
No poseen fórmulas maravillosas para que alguien cambie sin hacer nada. El esfuerzo es de la propia persona que acude a consulta porque quiere iniciar un cambio en su vida.
Aún hoy en día para muchos, ir al psicólogo supone una etiqueta negativa para la persona porque a lo mejor no está bien de la cabeza o, incluso, está loco. Esto hace que muchas personas no acudan por vergüenza o por el qué pensarán de mí. Y lo que acaba ocurriendo es que el malestar acaba siendo cada vez mayor. Por si fuera poco, puede que haya personas que necesiten ir varias veces al psicólogo y, no por ello, tengan que estar marcadas de por vida. Normalmente, se piensa que el tener que repetir significa que el psicólogo no es bueno o que la persona no tiene remedio. ¿Acaso no vamos repetidas veces al médico por un catarro o una gripe?
Por otro lado, puede haber varias razones por las que fracasen las terapias. Una de las principales razones es el objetivo o la idea errónea que tiene la persona acerca de una terapia psicológica como el pensar que una vez que se sale de la sesión de terapia ya no hay que hacer nada más ni poner en práctica aquello que se ha acordado o recomendado. Todo lo contrario, una buena terapia tiene mejores resultados si se toma como un trabajo constante en la vida diaria para aplicar lo que se ha aprendido.
Otra razón puede ser que no tengamos una buena relación con nuestro terapeuta. Al igual que en cualquier ámbito de nuestra vida no encajamos con todas las personas con las que nos relacionamos. Si comenzamos una terapia y no nos convence después de varias sesiones es mejor cambiar.
Por su parte, el psicólogo, deberá tener unas buenas habilidades terapéuticas que faciliten que el cliente tenga confianza en su psicólogo para que pueda hablar con él sin reservas. Esto pasa por una aceptación incondicional de la persona que acude a consulta sin juzgarla. Y, cómo no, deberá comportarse de manera amable, empática y demostrar que sabe escuchar, a la vez que utilizará un tono adecuado a cada persona sin emplear un lenguaje pomposo ni vulgar. Así, el terapeuta será una persona respetable para su cliente.
Tampoco es una persona autoritaria que obliga a que se haga lo que dice sino que ayuda a buscar en cada uno las razones personales para el cambio. Debe saber motivar para que se logre la meta deseada y que se aplique a todos los aspectos de la vida y que en el futuro también se actúe según esas nuevas estrategias aprendidas. El objetivo no es dar consejos sino pequeñas pautas que ayuden a que la propia persona perciba y utilice sus propios recursos.
Por último, otra razón importante es que algunas personas tienen miedo a cambiar y dejar de ser como eran, temen convertirse en alguien distinto. Su esencia permanece sólo cambian los aspectos disfuncionales que le causan sufrimiento o que le llevan a comportarse de una forma perjudicial para sí mismo o para otros.

jueves, 14 de febrero de 2013

Amor, Oxitocina y Bienestar



Cariño, encaprichamiento, amor vacío, amor romántico, amor sociable, amor fatuo y amor consumado. Estas son las formas de amor que encontró el psicólogo Robert J. Sternberg cuando formuló su teoría triangular del amor. Cada pareja que existe o que se forma es completamente diferente a las demás. Existen tres componentes clave que son la intimidad, la pasión y el compromiso. En todas ellas no se dan todos los elementos y, los que se dan, se combinan de diferente manera, incluso con el tiempo, puede que cambien esos componentes. Con estas combinaciones se originan estas siete formas de amor. La combinación de los tres elementos da lugar al amor consumado que sería el más completo.
La pareja se forma cuando dos personas deciden compartir su vida con todas las vicisitudes que acontecen. Con el tiempo aprenden a quererse, aceptarse, ayudarse, cuidarse, a compartir… y se convierten en la figura de apego del otro miembro de la pareja. El apego es un lazo afectivo muy intenso que nos lleva a buscar la proximidad y a mantener el contacto con los otros a lo largo del tiempo. La figura de apego se percibe como una base segura que proporciona refugio en momentos de tristeza, malestar o miedo.
Cuando somos niños nuestras figuras de apego son los padres y cuando somos adultos pasa a ser la pareja. No sólo para las adversidades están nuestras parejas sino que también comparten nuestros éxitos y disfrutan de nuestras virtudes. La manera en que se forma el apego es con los actos diarios. Una relación segura se ve reforzada, además de con la comunicación, con las muestras de cariño que las dos personas se prodigan, desde miradas y gestos a besos, abrazos y relaciones íntimas.
Las relaciones sexuales son el exponente máximo de la demostración de amor en la pareja. Los beneficios que se obtienen son inmejorables. Acercan a la pareja puesto que es una nueva forma de conocimiento y de comprensión del otro. El ejercicio físico que se lleva a cabo hace que se libere tensión, nuestros músculos se pongan en funcionamiento y se oxigene el cuerpo ayudando a relajarnos. Como con todo ejercicio físico, nuestro cuerpo produce más endorfinas naturales que aportan bienestar y reducen el dolor. Además, la liberación de hormonas que se produce hace que mejore el aspecto físico y el ánimo.
Una de las hormonas que se liberan es la oxitocina, también llamada la hormona del amor o del enamoramiento. Esta sustancia regula algunos aspectos fisiológicos de las emociones. Parece que fomenta la confianza, la empatía, la generosidad y reduce el miedo social. De esta manera, en la pareja, los vínculos que unen a ambos miembros se verán también fortalecidos.
Al contrario de lo que muchos piensan, las relaciones sexuales no son un instrumento de reconciliación ante las disputas. No es una forma de solución de problemas por sí solo. La única forma de arreglar un problema es mediante la comunicación. Dialogar y plantear puntos de vista para después buscar juntos una solución satisfactoria para ambos es lo que hará que se superen los problemas. Y una vez resueltos, sí será la hora de premiarse por llegar a la reconciliación. Es decir, las relaciones sexuales no han de tomarse como herramienta de reconciliación sino como premio a su consecución.
Nuestro estado de felicidad se refleja en nuestro estado anímico y repercute especialmente en los que tenemos más cerca. Hacer partícipes de nuestra felicidad al otro hará que también se sienta bien porque se sentirá parte responsable de ese bienestar. Se fragua así, un círculo positivo que se alimenta de los cuidados mutuos de la pareja. El respeto, la buena predisposición y la empatía facilitarán la superación de las dificultades y fortalecerá la relación.

viernes, 8 de febrero de 2013

miércoles, 6 de febrero de 2013

¿Emprendedora o soñadora?



Funcionaria, trabajadora por cuenta ajena, autónoma, desempleada, joven, madura, inmigrante o emigrante. Cualquiera de nosotras puede tener un sueño por realizar. A todos nos gustaría ponernos en marcha y conseguirlo. Unas veces resulta fácil porque se trata de algo sencillo que forma parte de un pasatiempo pero otras requiere arriesgarse.
¿Qué ocurre cuando nuestro sueño es iniciar un negocio? La mayoría de las veces lo desechamos porque nos asusta y lo consideramos algo irrealizable, algo así como hacer castillos en el aire. Si lo pensamos un poco más, acabamos por analizar fríamente las opciones y desistimos porque estamos muy ocupadas y no tenemos tiempo, nuestra edad no es la adecuada por ser poca o por ser mucha, ya tenemos otro trabajo al cual no estamos dispuestas a renunciar porque bastante nos ha costado llegar donde estamos, no tenemos los medios ni el talento suficiente, es muy arriesgado en estos tiempos, no será viable o nadie nos apoya.
Al final, lo que prima es la inseguridad de no creer que podamos llevar a cabo un proyecto viable que nos resulte rentable y que pueda constituir una fuente de ingresos extra o la base de nuestro sustento.
Cada una de nosotras tiene un talento o unas habilidades que sobresalen sobre las demás y, a veces, no nos dedicamos profesionalmente a ello. Bien porque no hemos tenido la oportunidad o bien porque no creemos que nuestra habilidad sea muy útil.
Lo primero de todo es saber qué es lo que nos gusta hacer o tener un “sueño” claro. Debemos darle forma y pensar en una manera de realizarlo. Quizá empezar por convertirlo en un hobby sea el mejor comienzo. Desarrollar nuestra destreza o nuestro plan, darle forma mediante un posible proyecto y ver su viabilidad. Una vez que tenemos claro lo que queremos y cómo lo queremos es hora de moverse (un poco más). Desperezarse y buscar una manera de hacerlo real mediante la recogida de la mayor cantidad de información posible.
Cuando se trata de cosas manuales que nosotros podemos hacer lo mejor es empezar por realizar pequeños trabajos y darlos a conocer mediante nuestros conocidos y a través de todos los medios que tengamos a nuestra disposición. Y el recurso que más alcance tiene y que menos costes nos va a producir es internet, mediante un blog o una página web.
Si se trata de un negocio que requiere de un local es el momento de buscar los posibles lugares donde podríamos establecernos, sea en diferentes poblaciones o diversos tipos de locales.
De esta manera podremos comprobar las ventajas y los inconvenientes que tiene cada una de las opciones que manejamos pero de una manera más objetiva. Este punto de vista tiene la ventaja de que así se pueden solventar las dificultades que se nos presentan sin desanimarnos.
Cuando ya tenemos una idea real de la posibilidad de poder llevar a cabo nuestro proyecto es el momento en el que deberían entrar en juego de verdad nuestras inseguridades y nuestros temores. Antes no tiene sentido porque no hemos hecho más que permanecer en el espacio de nuestros deseos y sueños. En esa zona no hay ninguna amenaza para nuestra persona ni para nuestra seguridad, ni siquiera para nuestra estabilidad emocional. ¿Por qué? Porque lo único que hemos hecho es poner en marcha nuestra cabeza y darle cuerda a nuestra creatividad. Sin miedo es como podremos diseñar lo que de verdad queremos, sin ponernos trabas que desconocemos si llegarán.
Sin embargo, una vez que hemos tomado la decisión de si seguir adelante o quedarnos en un mero proyecto es cuando pasamos a la zona del riesgo. Es en este punto donde tendremos que evaluar si realmente nos puede merecer la pena. Ahora tenemos datos reales porque hemos recopilado gran cantidad de información y hemos desarrollado nuestro plan con sus pros y sus contras. Al verlos de una manera real podemos afrontar los posibles problemas y ver si tienen una solución o si podemos modificar el plan para solventar esas dificultades que aparecen. Es decir, es más fácil que combatamos nuestra inseguridad con argumentos reales o con datos objetivos. Si nos dejamos llevar por la inseguridad desde el principio, quien estará gobernando la dirección de nuestro pensamiento será el miedo y sus argumentos serán muy difíciles de rebatir porque no hemos investigado si son reales y, por tanto, nos moveremos constantemente en una zona de incertidumbre sin objetividad, lo cual reforzará nuestra inseguridad.
¿Quién nos da la seguridad? Nosotras. La mayoría de las veces hablamos por hablar sobre lo que nos gustaría pero en nuestro discurso estamos utilizando un tono que le quita seriedad. Empleando esta actitud somos nosotras mismas quienes estamos echando por tierra nuestro sueño. Eso significa que si se lo contamos a otras personas utilizando ese mismo discurso no resultará creíble y nadie nos tomará en serio.

Por lo general, estamos acostumbrados a ser excesivamente realistas acogiéndonos a una necesidad de optimizar el tiempo y hacer el cuento de la lechera lo asemejamos con perderlo irremediablemente. Como, supuestamente, nuestro es tiempo es oro no podemos permitirnos el lujo de fantasear… ¡no vaya a ser que tengamos una buena idea! Pero, ¿cuánto tiempo perdemos dedicándolo a nuestros miedos y a que gobiernen nuestras decisiones? Si soñamos y sale mal, al menos, lo habremos intentado pero si ni siquiera probamos, permaneceremos eternamente en el reino de la incertidumbre gobernado por el miedo.
Si le contamos a alguien nuestro deseo o nuestro proyecto caben dos opciones, que nos apoyen o no. Si nos apoyan será un motivo más a tener en cuenta y una fuerza extra para llevar a cabo nuestra empresa. Si no, ¿qué problema hay en que no nos apoyen? ¿Quizá estamos empleando ese tono poco convincente? ¿O es que los demás son aún más temerosos que nosotras? En todo caso, también es un motivo más a tener en cuenta porque vale la pena dar un ejemplo de valentía y porque buscaremos con más ahínco la forma de conseguir nuestra meta. No necesitamos el apoyo de nadie porque nadie va a realizar nuestro sueño por nosotras, si no dejaría de ser nuestro sueño.
Pero en nuestra búsqueda incesante de la seguridad que necesitamos para seguir adelante siempre surgen dudas.
¿Seremos capaces de lograrlo? Necesito saber si esto va a funcionar. ¿Cómo lo vas a saber? Si todos los que emprenden una aventura supieran cómo iba a terminar seguramente no la empezarían porque ya no tendría emoción. Disfrutar del proceso, muchas veces, es mejor que lograr el resultado porque durante ese trayecto se aprenden cosas de un valor incalculable que pasarán a formar parte de nuestra vida y de nuestra persona. Sólo por eso, ¿no merece la pena ya intentarlo?
Pero los riesgos son demasiados y lo puedo perder todo. En todo nuevo proyecto hay que asumir riesgos pero también se pueden medir. Si ya tenemos un trabajo podemos empezar por compatibilizarlo, aunque resulte muy cansado en un principio. Iremos probando para ver si es viable o no. Si no tenemos trabajo el riesgo de perder el que ya teníamos no existe. Está el riesgo monetario que parece que es el que más duele. Siempre se puede empezar aportando una cantidad pequeña o buscar la manera de que, en caso de que no salga bien, la pérdida sea lo menor posible. Se puede valorar la posibilidad de un traspaso, de vender lo que adquirimos, empezar con algunos recursos de segunda mano, etc. Si no necesita un lugar físico, al menos por el momento, se puede empezar poco a poco mediante el boca a boca y el trabajo bajo pedido.
¿Y si realmente mis habilidades no son tan buenas como pienso? Sólo hay una manera de comprobarlo, haciéndolo. La práctica es la única manera de mejorar nuestro desempeño y nuestras habilidades. Y la actitud es una parte tan importante o más que la aptitud. Si de antemano pensamos que no podemos, entonces no merece la pena que lo intentemos porque nosotras mismas vamos a buscar, inconscientemente, la justificación de nuestra falta de habilidad. Si partimos con una actitud benevolente hacia nosotras mismas nos estamos dando la oportunidad de demostrarnos que lo podemos conseguir. Y al final, quien persigue su sueño casi siempre lo alcanza o se queda muy cerca para poder volver a intentarlo.
¿Y si después de todo fracaso? Piensa detenidamente en qué es el fracaso: ¿Intentarlo y no conseguirlo o quedarse atrapado en la incertidumbre viendo las oportunidades pasar siendo víctima de la inseguridad y el temor?
A veces los castillos en el aire no son sino cometas que podemos manejar con sorprendente destreza.
Así que a la pregunta del título podemos responder sin miedo que nos quedamos con las dos opciones: primero soñadora y luego emprendedora.