Existen
niños tiranos o sumisos, tranquilos o inquietos, obedientes o
desobedientes, silenciosos o ruidosos, hiperactivos o pasotas… Muchas
veces, creemos que los niños sólo responden a uno de los extremos de una
escala. Si un niño hace muchas trastadas o bien es desobediente o es
hiperactivo pero no se comporta normalmente. En cambio, si no molesta y
no hace ruido creemos que es un muermo que está todo el día sin hacer
nada y que es un vago o un pasota, que le da igual todo.
Nos
cuesta conformarnos con la conducta que tienen los niños porque nos
gustaría que fueran como nosotros queremos que sean en cada momento,
según nuestra paciencia y nuestro estado de ánimo y de energía. Si
estamos relajados nos gustaría que fueran niños que les gusta jugar y
moverse, sin embargo, si estamos cansados queremos que los niños sean
tranquilos y no den guerra.
Respecto
a nuestras ganas de educar, no siempre estamos a pleno rendimiento y
algunas veces pueden escaparse detalles que otras no toleraríamos. Pero
es adecuado prestar atención y ser estrictos con las mismas normas que
establecemos en todo momento. La educación de los niños no pasa por la
aleatoriedad, sino todo lo contrario.
Los
niños buscan constantemente sus límites para saber hasta dónde se les
permite llegar y qué conductas pueden llevar a cabo sin reprimendas. Por
lo general, tanto los niños que llamamos tranquilos como los que
llamamos inquietos o, incluso, hiperactivos; necesitan saber dónde está
el límite para su conducta. Parece que un niño que no da guerra no
explora sus límites pero también lo puede hacer buscando el grado de
inactividad que se le permite.
Por
esta razón, es importante mantener una consistencia en las normas. Si
queremos que aprendan unas pautas de conducta no podemos saltarnos las
reglas unas veces y otras no, especialmente en los primeros momentos en
los que se trata de instaurar una norma.
Cuando
somos excesivamente permisivos y toleramos que el cumplimiento de las
normas se vaya aplazando, indirectamente, enseñamos a los hijos que la
disciplina no es importante y que, en cualquier momento, pueden cambiar
las reglas sin ninguna razón aparente. Esto no significa que no podamos
ser flexibles pero siempre que esté justificado y así se lo hagamos
entender a los niños para que comprendan las excepciones.
Ser
excesivamente condescendiente puede llevar a que los papeles se
intercambien; que las normas las pongan los hijos y que los padres sean
quienes obedezcan. Cuando no existen unas pautas claras de
comportamiento y las consecuencias de la conducta no están bien
establecidas, o no son lo suficiente consistentes, podemos dar a
entender que la autoridad no está en nuestras manos y que cualquiera
puede asumir el mando.
Si
accedemos a los caprichos por evitar que lo pasen mal estaremos
alimentando niños tiranos que se adueñarán de la casa y someterán a
todos los habitantes del hogar a su mandato.
Los
niños tiranos tienen el síndrome del emperador que consiste en creer
que todos están bajo sus deseos y caprichos y que nada ni nadie les
puede contradecir. Dominan a todos los miembros de la familia con su ira
y su agresividad. Si alguien les contradice pueden estallar en cólera y
responder no sólo con gritos sino, también, con violencia física. Son
auténticos dictadores que no permiten que se les contradiga ni aceptan
que alguien se pueda poner en su camino. Consideran que tienen total
impunidad para comportarse de la manera que quieran y no tienen
consecuencias negativas en ningún caso.
En
muchos casos los padres son prisioneros en su propia casa y no se
atreven a contradecirles ni a imponer la autoridad que perdieron tiempo
atrás. La solución que les queda es denunciar a sus hijos pero no se
atreven por el cariño que les tienen y por el miedo a que vuelvan y que
las consecuencias sean aún peor.
Para
los padres de los niños tiranos la vida en casa es una auténtica
pesadilla puesto que no pueden hacer nada sin el permiso de sus hijos y
tampoco pueden guiarse por un patrón de conducta sino por el estado de
ánimo, casi siempre irascible, de sus hijos. Acaban cayendo en un estado
de indefensión aprendida en la que pierden toda esperanza de control de
su propia vida puesto que todo depende de la voluntad sus niños tiranos
y de su humor, constantemente cambiante.
Para
evitar niños tiranos es necesario enseñarles desde pequeños dónde están
los límites de su conducta y ser claros y consistentes con las normas.
De esta manera los hijos sienten que se les tiene en cuenta y pueden
desarrollarse moralmente, distinguiendo correctamente el bien y el mal.
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