martes, 20 de diciembre de 2011

La importancia de tener una buena red social… real.


Hace varios años que el término red social llegó a nuestros oídos y la hemos asimilado como algo cotidiano. Habitualmente, utilizamos este concepto cuando hablamos de internet. Sería algo así como un tejido hecho a base de personas las cuales configuran cada punto de unión o nudo. Todos juntos formamos esa red que, por ser de personas, se le atribuye el adjetivo de social.
Pero, hace muchos más años, ese concepto ya se utilizaba para hablar de otro tipo de relaciones que no se basaban sólo en encender el ordenador. Antes del surgimiento y consolidación de la web y sus inventos todos contábamos con una red social que, evidentemente, era mucho más pequeña. En este sentido, la red social funcionaría como la red del funámbulo que protege de las caídas.
No estoy en contra de las redes sociales en internet ni de eso tan moderno que llamamos “web 2.0”. Es más, este tipo de actividades también tiene sus ventajas si se sabe utilizar con un mínimo de raciocinio e, incluso, pueden ser divertidas. De lo que me interesa hablar en este artículo es de los que tenemos realmente cerca.
Todos, o casi todos, podemos decir que tenemos a alguien en quien confiar; a quien contarle nuestros secretos, preocupaciones, alegrías, miedos, y cualquier otra cosa que consideramos importante. Normalmente, es nuestra pareja o los que llamamos nuestros mejores amigos. Pero no sólo contamos con estas personas. También, está nuestra familia más cercana o personas que se encuentran físicamente cercanas a nosotros y que, en un momento dado, nos pueden echar una mano.
Todo esto va formando una especie de anillos concéntricos que forman nuestra red social (real).  En el centro, nos encontramos nosotros y, a nuestro alrededor, el anillo más pequeño, está formado por quienes están más próximos a nosotros. Son los primeros a los que acudimos. Después, están aquellos familiares y amigos con los que no tenemos tanto contacto pero que “están ahí”. También pueden ser nuestros compañeros de trabajo o de otras actividades. Por último, están las otras personas que conforman nuestro entorno y con las que no tenemos una relación muy cercana como son los conocidos, vecinos, otros compañeros de trabajo, etc.
 Esta red nos protege, a veces incluso, de nosotros mismos. Se suele decir que tener una adecuada red social (real) es como la protección del sistema inmunológico ya que ayuda a que nos encontremos bien. No sólo son los favores o cuidados físicos y tangibles que pueden procurarnos estas personas sino, también, el hecho de compartir todo aquello que es importante para nosotros.
Imaginemos cuando tenemos un problema o estamos agobiados, cómo nos sentimos. Y cuando nos ha ocurrido algo realmente bueno. Muchas veces sentimos que vamos a explotar si no se lo contamos a alguien. Las alegrías se llevan muy bien en soledad pero lo negativo puede afectar a nuestra salud mental. Por ejemplo, muchas personas deprimidas se acaban aislando de su red social y su depresión se incrementa porque no hablan con nadie, ni salen, ni hacen actividades agradables (solas ni en compañía), ni sus allegados pueden ayudarlas porque no se dejan. Paulatinamente, van perdiendo el contacto con los que se preocupan por ellos y acaban encerrados en sí mismos soportando su propio dolor como si un alfiler sujetara un elefante.
En la infancia estamos constantemente rodeados de gente y tenemos infinidad de oportunidades de establecer amistad con los iguales. A medida que vamos creciendo, vamos reduciendo nuestras actividades y, con ello, las oportunidades de conocer nuevas personas.
La edad adulta es más difícil aún puesto que mucha gente cambia de residencia, tiene hijos que ocupan la mayor parte de su tiempo y, a veces, sólo cuenta con el trabajo como forma de relacionarse. El contexto laboral no siempre es el mejor lugar ya que no podemos escoger a nuestros compañeros. No suele haber muchos puntos en común, las diferencias de edad pueden ser demasiado grandes y/o los estilos de vida incompatibles.
En la vejez se produce el mayor riesgo de aislamiento y soledad debido a que muchas personas tienen dificultades para desplazarse y comienzan a desaparecer las personas cercanas.
Así pues, es muy recomendable aprovechar y disfrutar cada oportunidad que encontramos para establecer nuevas relaciones sociales puesto que nos fortalece y nos ayuda a desarrollarnos como personas.
Invito a la reflexión acerca de las propias redes sociales de cada uno. Aquellos que conservan sus amistades desde la infancia y adolescencia pueden sentirse muy afortunados. Mantener estos lazos a pesar de los cambios y circunstancias de la vida, muchas veces, es un ejercicio de equilibrismo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Deseamos lo que no tenemos


Algunas veces, sentimos un impulso irresistible de poseer aquello de lo que nos encaprichamos, lo cual no es tan raro porque desde que nacemos deseamos lo que no tenemos. Pero, si lo que deseamos está lejos o es algo prohibido, nuestras ganas se exacerban aún más.
El inconformismo es importante porque nos hace esforzarnos y luchar por aquello que nos interesa. Es una gran herramienta para avanzar. Pero, también, nos puede llevar a la autodestrucción. La obcecación que, a veces, nos invade cuando hemos decidido lo que queremos nos puede llevar a realizar conductas arriesgadas que pueden poner en peligro nuestra salud física y/o mental. Por ejemplo, el querer ir a la moda en todo momento o tener lo último en tecnología puede acabar convirtiéndose en una adicción a las compras. Un fanático de los deportes de riesgo puede llegar a poner en peligro su propia vida. Y no sólo esto, la obsesión de querer más poder o más prestigio puede hacer que “perdamos el norte” y quedarnos solos después de haber causado mucho daño a nuestro alrededor.
A menudo pensamos que lo ajeno a nosotros es lo bueno y no valoramos lo nuestro… hasta que lo perdemos. Cuando ya no forma parte del entorno que controlamos y en el que nos sentimos seguros es cuando nos arrepentimos y comenzamos a ver todo lo bueno que no vimos antes. Lo mismo nos ocurre cuando por fin poseemos aquello que tanto deseábamos. En seguida pierde todo su atractivo y comienza a no ser tan maravilloso como nos parecía antes.
La novedad es lo que nos oculta esa parte negativa que después aparece ante nosotros con toda claridad. Al igual que los niños que juegan con su pelota y se encaprichan del balón con el que juega su amigo, a los adultos nos ocurre con la ropa, la tecnología, los muebles, los coches … o las personas. La novedad junto con el capricho y la ilusión son la fórmula mágica que nos lleva a ese “egoísmo posesivo”.
La ilusión se acrecienta porque fantaseamos con el hecho de hacernos con nuestro objeto de deseo, con lo que su consecución parece más probable o, incluso, más lícita. En consecuencia, sólo somos capaces de regodearnos en todas las ventajas y, en el momento en que un pensamiento negativo se asoma a nuestra mente, lo eliminamos como si de un mosquito se tratara. Buscamos y planeamos la manera de conseguir nuestro objetivo y si, por casualidad, vemos que éste peligra entonces, intensificamos increíblemente los esfuerzos. ¿Para qué?
En esta vida no hay ganancias sin pérdidas. Muchas veces, conseguir lo que ansiamos nos supone perder una cantidad de recursos materiales o inmateriales que ni nos imaginamos pero que después anhelaremos. La perfección y las excelentes cualidades duran lo que tardan en aparecer los primeros inconvenientes. Esos pequeños detalles que no esperábamos porque tratamos de acallarlos, ahora nos incomodan en ese mundo de perfección que nos hemos creado. Eso significa que ya nos estamos cansando porque nos hemos saciado y comenzamos a compararlo con aquello por lo que lo cambiamos o lo que perdimos en nuestra lucha irracional. Por supuesto, siempre vamos a anhelar lo que perdimos.
El reto personal es lo que nos proporciona realmente la fuerza necesaria mientras que nosotros creemos que es el interés o lo mucho que nos gusta lo que ansiamos poseer. Por eso, una vez conseguido, se pierde toda la magia o la ilusión. Puede que lo disfrutemos durante un tiempo pero, en seguida, ya no resultará novedoso y buscaremos (o ya nos habremos planteado) nuevos retos.
Pero lo que subyace no es sólo ese reto personal de lograr todo aquello que no es para nosotros o la sensación de poder que nos invade al conseguir lo deseado. También está la necesidad de silenciar la inseguridad que nos provoca la rutina. Ver que no nos conformamos con lo primero que se nos pone delante y confirmar que seguimos teniendo un buen criterio y elegimos lo mejor en su momento. Saber que tenemos fuerza de voluntad suficiente para ponernos en marcha en cualquier momento. En definitiva, sentirnos seguros a través de nuestros logros y conquistas aunque ya no lo necesitemos. Así, poniéndonos a prueba, es como nos reafirmamos en nosotros mismos.
Lo malo no es el inconformismo que como tal es lo que nos hace avanzar y crecer. El problema es el no saber distinguir lo que realmente queremos o necesitamos de lo que es un capricho sin fundamento que a la primera de cambio vamos a dejar tirado. Porque los objetos se reparan o se recuperan pero las personas no.