¿Qué
es lo más importante de tu vida? Lo más fácil es que nos acordemos de personas
cercanas como los padres, la pareja o los hijos. A continuación, es posible que
valoremos el trabajo y, en ocasiones, algunos bienes materiales. Así no nos
consideraremos materialistas.
Pero,
¿dónde quedamos nosotros? ¿Acaso no somos importantes? Alguien creerá que
pensar que nosotros mismos somos lo más importante es ser un completo egoísta.
Y es que tenemos profundamente arraigado en nuestra mente que pensar en uno
mismo es pensar única y exclusivamente en sí mismo. Sin embargo, si nosotros no
existiéramos no existiría nuestra vida. Esto significa que esas personas
importantes o ese trabajo que nos satisface o esas cosas que tanto valoramos no
estarían a nuestro lado o no nos pertenecerían si no estuviésemos aquí.
Este
tipo de creencia se da, sobre todo, en las mujeres. Por razones culturales, hemos
asimilado que el rol de la mujer es el de cuidar de otras personas o que tienen
una habilidad especial para ello. Tanto se nos repite y se nos alaba por
hacerlo que al final acabamos creyéndonoslo y comportándonos en esa línea. A
todos nos gusta que nos digan lo que hacemos bien y cuando nos valoran por ello
procuramos repetirlo y convertirlo en una seña de identidad. Por eso, muchas
mujeres que creen no ser muy valoradas dedican esfuerzos (a veces) sobrehumanos
a demostrar lo bien que cuidan de su familia.
Esa
necesidad de valoración constante puede hacer que pase de cuidar a su familia a
sentirse responsable de muchas más personas y se deshaga en esfuerzos y favores
para sentirse reconocida y aceptada por su entorno social.
Dedicarse
por entero a los demás supone olvidarse de uno mismo y, paradójicamente,
aislarse del mundo que nos rodea. Una cosa es preocuparse por alguien y hacer
favores y otra es compartir una amistad, una vida en pareja o actividades agradables
con alguien.
Adoptar
el rol de “la que siempre está ahí”, a veces, supone que sólo cuenten con una
cuando hay problemas que resolver pero no para otras cosas y, puede que tampoco
encuentre apoyo cuando sea ella la que necesite ayuda. Sin querer se habrá
adjudicado a sí misma un rol de interés o de “practicidad”, es decir, sólo se
acordarán de ella cuando sea útil.
Olvidarse
de una misma supone que los demás también se olviden. Si siempre tenemos mucho
que hacer porque tenemos que ir a comprar, limpiar, planchar, preparar la
comida o la cena para todos y etc., etc. no estamos dejando tiempo para cuidarnos.
Nadie va a cubrir nuestras necesidades excepto nosotras mismas. Descansar
después de trabajar y/o hacer las tareas de casa (compartidas con la pareja…)
es necesario.
A
veces, tumbarse un rato o no hacer nada es suficiente pero no siempre. También
es bueno poder dedicarse a actividades que nos aporten bienestar. Actividades
de ocio, artísticas, deportivas, etc. todo aquello que nos haga disfrutar y
olvidarnos de nuestros quehaceres y preocupaciones. Y no sólo esto, sino que también
nos ayuda a desarrollarnos como personas, aprender cosas nuevas y sentirnos
bien con nosotras mismas, en definitiva alimentar nuestra autoestima. Además,
compartir el tiempo con nuestros amigos nos ayuda a apartar el día a día, a
despejarnos y a ver las preocupaciones desde otro punto de vista. Como esto,
normalmente, es recíproco también nos ayuda a sentirnos valoradas pero de una
manera más sana.
La
necesidad de descansar y de guardarse un tiempo para cuidarse física y psicológicamente
hace que nos renovemos y repongamos nuestra energía para enfrentarnos con optimismo
a nuestro día a día y que se lo transmitamos a aquellos que más queremos y con
los que compartimos nuestra vida.
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