“Lo haces mal”,
“eso no es así”. Cuántas veces hemos
dicho estas palabras y cuántas veces más las diremos… Y es que no estaría mal
que nos planteáramos qué es lo que queremos realmente, si que algo no se haga
mal o que se haga bien. Parece que es lo mismo pero la percepción de quien lo
escucha para nada es igual. Si alguien nos dice que lo no lo hemos hecho bien
suponemos que estamos en el camino pero que aún no hemos llegado a la meta. Sin
embargo, si nos dicen que lo hacemos mal, ¿qué es lo que hacemos mal? ¿Todo?
Habitualmente
no damos importancia a la forma de expresarnos y lo cierto es que las palabras,
muchas veces, dicen más de lo que pretendemos. Aunque no lo creamos,
independientemente del mensaje y según el tipo de palabras que usamos, podemos
dar un tono positivo o negativo a lo que decimos.
Por
lo general, cuando oímos eso de utilizar un lenguaje positivo lo que se nos
pasa por la cabeza es: “¡Vaya chorrada!
Eso es utilizar eufemismos. Las cosas se dicen como son.” Sin embargo, para
decir las verdades (como las solemos
llamar) podemos utilizar muy distintos tonos de voz y maneras de decirlo. Y es
esto mismo lo que hace que la percepción de quien lo oye sea totalmente
distinta.
Si
nos quejamos generalizando, inmediatamente estamos anulando todo el proceso o
todo el resultado sin dar una oportunidad a la mejora. ¿Qué sentido tiene
quejarnos de algo si no damos la opción del cambio? ¿Para qué nos servirá si
nos vamos a quedar igual que estábamos?
Zanjar
sentenciando el mal hacer de alguien no sirve de nada si no somos capaces de
centrarnos en los puntos concretos que fallan. Lo primero que debemos hacer
cuando nos disponemos a puntualizar algo es diferenciar las partes que están
bien de las que se pueden mejorar. De esta manera tendremos claro qué es lo que
no nos gusta y podremos transmitir con claridad aquello que deseamos que
cambie. Si no damos pistas lo que haremos será ofender a quien recibe esa
crítica y transmitirle una sensación de inutilidad y de incapacidad para la
mejora. Si nos centramos y directamente vamos al punto exacto esa persona podrá
analizarlo y valorar si puede hacerlo de otra forma.
En
el caso de los niños esto es especialmente relevante. Su autoestima es muy
frágil porque depende de la valoración que hacen de él los adultos. Si
constantemente le decimos a un niño que no sabe hacer nada o que lo hace todo
mal, poco a poco, su iniciativa y su ilusión por experimentar se irá agotando
por miedo a una evaluación negativa por nuestra parte. Sus expectativas y su
motivación se desvanecerán por miedo a fracasar, se considerará a sí mismo un
inútil y dejará de aprender cosas nuevas. Si en lugar de generalizar hablamos
con un lenguaje positivo en el que remarcamos las partes que están correctas y
concretamos aquello que es susceptible de mejora alentaremos el espíritu de
superación y eliminaremos cualquier límite a las capacidades que pueda tener.
Lo
mismo ocurre cuando le reñimos y le decimos que es malo. ¿Es malo o se porta
mal? ¿De verdad tiene mala intención o sólo está buscando sus límites? Todos
necesitamos averiguar hasta dónde llegan nuestros derechos y dónde empiezan los
de los demás. Por lo tanto, es normal que en algún momento sobrepasemos ese
límite en nuestra búsqueda por ubicarnos en el mundo.
En
resumen, parece que cualquiera que note que algo no está bien puede decirlo y
que quejarse o protestar es lo más fácil pero esto no es cierto en absoluto.
Para poder criticar, primero hay que saber hacerlo, de lo contrario, “lo estaremos haciendo mal”.
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