Una gran mayoría de nosotros ha jugado
alguna vez a los videojuegos. Y por estos entiendo todos los juegos que
van desde las antiguas videoconsolas a las más modernas, los juegos de
ordenador incluidos el típico buscaminas o el solitario, los juegos de
cartas on-line o el juego de la serpiente de los antiguos teléfonos
móviles. Existe una variedad inmensa de videojuegos que, en muchos
casos, nos hacen perder la cabeza.
Cuando empezamos a jugar lo hacemos por curiosidad pero esa
curiosidad, de repente, se vuelve un impulso irrefrenable de continuar o
de, nada más que podemos, retomar el juego de nuevo. Muchos jugadores
se pasan horas enganchados a sus videojuegos favoritos, dejan de dormir,
de comer o descuidan sus ocupaciones diarias y sus relaciones sociales.
Pero, ¿qué es lo que hace que nos
enganchemos a los videojuegos con tanta facilidad? Existen algunos
puntos clave que nos mantienen en un estado de concentración tal que nos
hace perder la noción del tiempo.
Los test de reacción son un buen ejemplo de videojuegos adictivos. |
Lo primero de todo es el aspecto visual y
la música que acompaña al juego. Los colores son el cartel de entrada,
si nos gusta probaremos. La música es lo que nos mantiene entretenidos y
cuando dejamos de jugar se queda en nuestro cerebro sonando una y otra
vez sin que podamos librarnos de ella.
Normalmente están divididos en partes, pantallas o niveles. Eso hace que siempre tengamos un punto para poder parar. El famoso “cuando llegue a este sitio paro”.
Se supone que si tenemos un punto de referencia será más fácil
desconectar del videojuego. Pero no es así. En los casos en que es muy
difícil tenemos continuamente la sensación de que estamos a punto de
encontrar la solución para seguir adelante. Sólo necesitamos probar una
vez más para saber si es así o no. Y esa vez nos da otra nueva idea para
probar y así sucesivamente.
Cuando el videojuego es sencillo pasamos
de nivel continuamente lo que nos produce la sensación de estar en
racha y la curiosidad por saber si el siguiente nivel será igual de
fácil. Otro elemento que tienen los videojuegos sencillos es que son
rápidos de jugar. Cada partida dura poco y por eso nos fijamos límites
para dejarlo: “Sólo una más”, “Cinco minutos más”, “Todavía me da tiempo a jugar otra”,
etc. Como es tan rápido no creemos que realmente esté pasando el
tiempo. Muchas veces, tenemos la sensación de que si hay alguien
alrededor no se dará cuenta y podremos empezar otra partida o intentarlo
de nuevo.
La sensación de reto o de alcanzar una
meta es constante en cualquier videojuego y por eso nos mantienen
involucrados. Tal es así que cuando acabamos una fase del videojuego
sentimos una curiosidad irresistible de saber si seremos capaces de
superar esta nueva pantalla, qué habrá después o si estamos cerca de
llegar al final. Así que probamos “para hacernos una idea” y llegamos al punto de “lo intento una vez más que creo que ya sé cómo va” y cerramos el bucle en el que estamos metidos.
Otro de los elementos que nos enganchan es que, a pesar de avanzar lentos, en cada partida conseguimos algo. Obtenemos puntos, bonus, premios, vidas, objetos que nos hacen mejorar…en definitiva recompensas que nos motivan a seguir jugando.
Y por último, el elemento básico que es
la posibilidad de mejora. Al principio suele ser exponencial para
estancarse cuando ya nos hemos enganchado al juego en cuestión. Por muy
difíciles que puedan ser los videojuegos siempre empiezan siendo muy
fáciles o, incluso, hay una especie de sección de entrenamiento para
empezar a jugar. Estos tutoriales suelen ser extremadamente fáciles para
crear la sensación de que nuestra destreza es enorme y que con muy poco
mejoramos.
Algunos de los videojuegos más adictivos son “Counter Strike”, “World of Warcraft”, “Age of Empires”, “The Sims”, “Candy Crush”,
etc. y todos poseen varios de los elementos clave para atraparnos: el
reto, la división en niveles o fases, la mejora exponencial, los premios
continuos, la falsa ilusión de control para abandonarlo y brevedad en
el tiempo de cada partida o misión.